«Para entender a Venezuela»

Desde hace rato, la opción de poder que desempeña actualmente el gobierno de Venezuela, intenta marearnos con cuentos relatados a medias. Por supuesto, si solamente dan a conocer la parte que les conviene, parece que viviéramos en el país de las maravillas, digno de Alicia y de su cuento de hadas.

Quizá eso pueda impresionar a algún extranjero desprevenido, que se deje engatusar por el encanto de ver las cosas desde lejos; pero dudamos que este recurso tan barato, tan viejo, tan manoseado y tan obvio sea comprado siquiera por un venezolano.

Y nos referimos, por ejemplo, a aquel lugar común de que Venezuela tiene la gasolina más barata del mundo.

Sí, es verdad. Esto puede ser cierto. Pero nos preguntamos por qué no se agrega el contexto completo a la mencionada afirmación.

Porque de nada sirve tener este supuesto privilegio, si se acude a una estación de gasolina y se encuentra la ingrata sorpresa de que está desabastecida. O el viaje hasta la gasolinera termina con una cola estratosférica que hace perder horas y más horas de trabajo, descanso o compartir con la familia y los seres queridos.

También tendríamos que ver de qué manera se afecta el bolsillo de los venezolanos, que pagan la gasolina más barata del mundo con el sueldo mínimo más bajo del mundo. Y eso, para no hablar de las ofensivas y humillantes pensiones que se le depositan a nuestros adultos mayores, después de una vida de trabajo. Todos sabemos que hablamos de unos montos insultantes, que mantiene a la gran mayoría de los abuelos bordeando la miseria.

Porque proporcionalmente, estamos seguros de que la gran mayoría de nuestros compatriotas preferiría pagar precios internacionales siempre y cuando también se pudiera disfrutar de sueldos de nivel internacional. 

Según un trabajo periodístico realizado por la agencia de noticias AFP, con el sueldo mínimo apenas se pueden comprar 13 productos de los 60 comprendidos en la canasta básica familiar. Esto implicaría que no alcance, por ejemplo, para necesidades básicas de carbohidratos y proteínas como un kilo de harina o pollo, entre otros productos alimenticios de primera necesidad.

Y es que, en una economía como la de Venezuela, sin mayor inversión privada, con cero dinamismos y una falta de oportunidades absoluta para crecer y progresar, miles de familias continúan luchando contra la necesidad de cubrir por lo menos su alimentación. 

Lo mismo aplica cuando se dice que nuestros servicios de agua y luz son los más baratos del planeta; pero no se habla de la nefasta calidad y mínimo nivel de confiabilidad.

De los dolores de cabeza de tener que esperar que el agua llegue, de hacer todo el aseo de la casa en los escasos minutos que dura, de los predicamentos para poder almacenarla o pagar un camión cisterna cuando sencillamente no vuelve a llegar por varios días o semanas.

En cuanto a la luz, lo menos que puede ser es barata si su suministro es incierto, por no decir algo más contundente. Lo que sí podemos afirmar con certeza es que no tenemos los electrodomésticos más baratos del mundo y que cuesta un ojo de la cara el reemplazarlos cada vez que resultan averiados por los apagones.

 

Una sensación similar nos embarga cuando escuchamos que tenemos las mejores playas o el salto de agua más grande del mundo, porque es poco lo que podemos hacer con estas maravillas naturales si este país colmado de bendiciones no puede sacar buen partido de ellas por culpa de la nefasta administración que lo mantiene al margen de los grandes destinos turísticos.

No hay infraestructura ni personal capacitado, no tenemos forma de seducir al turismo internacional cuando ni siquiera podemos garantizarnos a nosotros mismos el disfrute de estas ventajas como nación. 

No se trata solamente de que tengamos semejantes monumentos. También hay que ver cómo llegamos hasta allá. Con cuánta seguridad y calidad de servicio. Cómo se pasa la pernocta en cuanto a alimentos, alojamiento y demás suministro de bienes que suplan necesidades a un precio razonable.

Y no hablemos de la imposibilidad de muchos connacionales en cuanto a pensar en unas vacaciones con la familia, si consideramos los costos que ello implica y los comparamos con los ingresos que devengamos.

Este cuento de los bienes y servicios más baratos del mundo está echado bastante a medias. Escondiendo las peores verdades, como la basura debajo de la alfombra. Unas verdades que se pueden ocultar en el discurso, pero jamás en el día a día de la gente que no se traga el estribillo del gallo pelón tras escucharlo por años y años.

Preferiríamos menos discurso y más silencio, si a cambio de esto conseguimos menos problemas y más hechos. Como tantas otras naciones donde no se ahoga a los ciudadanos en declaraciones rimbombantes, pero todo funciona y hay dinero para pagarlo.

–> Ir a página principal <–