En estos tiempos atípicos de la política venezolana, una de las frases más utilizadas es la que encabeza estas reflexiones.
Para nadie es un secreto que estamos peleando con una mano amarrada a la espalda y en condiciones desventajosas, contra un ejercicio de poder avasallante.
Eso desanima a muchos, y es por demás una reacción totalmente humana. Pero es también el momento de mostrar de qué estamos hechos.
Lo que busca ese ejercicio de la maquinaria todopoderosa es que nos desanimemos, que nos rindamos y que nos entreguemos a su voluntad, por más desquiciada que esta sea.
Y es aquí donde debemos separar la paja del grano.
¿Nos vamos a dejar vencer? ¿Vamos a tirar la toalla?
Unos dicen que sí. Otros decimos que no.
Y es que Venezuela ha perdido un enorme capital político de cambio en los últimos años, cuando ha habido posiciones divergentes en cuanto a continuar en la lucha por nuestro país o abandonarla, para lo cual se enarbola la muy endeble excusa de que, no participando en eventos electorales, estamos desnudando al abuso de poder.
Desde esta tribuna siempre hemos defendido la participación. Y cuando decimos siempre, es siempre. Jamás nos hemos retirado, tampoco hemos llamado a nadie a retirarse. Hemos promovido hasta lo imposible el voto activo, como parte de un ejercicio consciente de ciudadanía, como piedra fundamental del proceso de apuntalar nuestra maltrecha democracia.
Porque en esta esquina creemos en un país que se construye desde abajo, desde las bases, desde las calles y vecindarios, con liderazgos naturales que van surgiendo en las comunidades.
Y esos liderazgos locales que hoy conocemos necesitan encauzarse, legitimarse, probar músculo y ejercitarse. ¿Desde dónde se hace? Desde las elecciones.
¿Qué sería de ellos si optáramos por no participar? Estaríamos truncando vocaciones de servicio a la comunidad, carreras políticas futuras que sin duda ayudarán a salir de esta etapa negra de adversidades.
Si hubiéramos caído en la solución fácil de no participar –como hicieron otros-, hace cuatro años que hubiéramos perdido las que hoy llamamos vitrinas del estado Miranda: Baruta, Chacao, El Hatillo y Los Salias.
Y no solamente son vitrinas para nuestro estado, sino para todo el país. En momentos cuando la referencia promedio es triste y mediocre, el venezolano aspira a una vida como la que brindan estos municipios a sus vecinos.
Sobre estas gestiones municipales jóvenes, dinámicas, enfocadas al servicio y a la gente, se construye hoy nuestro optimismo. No podríamos estar pensando seriamente en arrebatarle el estado Miranda a la desidia y a la indolencia, si no tuviéramos una obra referencial que mostrar.
Y no tendríamos obra que mostrar si hubiéramos abandonado a la gente hace cuatro años. ¿Cuál hubiera sido el destino de los municipios en cuestión si hubiéramos decidido no participar? ¿Con qué cara tocaríamos hoy a las puertas de nuestros vecinos para pedirles el mismo voto que descalificamos antes?
Por suerte, esto podemos hacerlo con la conciencia tranquila y en un marco de coherencia, porque siempre hemos accionado en la misma dirección. Porque nuestros hechos han servido como referencia respecto a la manera en la cual se navegan las aguas turbulentas de unos hábitos políticos creados para confundir.
Nunca, nunca, vamos a poder ver la Venezuela a la que aspiramos si no mantenemos permanentemente la guardia alta, si no nos metemos por las rendijas, si no aprovechamos la mínima oportunidad para avanzar y crecer en la propuesta alternativa, de futuro, con los principios y valores que nos enseñaron nuestros padres y que queremos para nuestros hijos.
En el complejo ejercicio de la política, el abandono tiene un precio alto, se paga muy caro. Nos permitimos pensar hoy dónde estaríamos si quienes adversamos a un modelo errado y fracasado lo hubiéramos entregado todo.
¿Dónde nos encontraríamos sin este zigzagueo confuso que un día nos habla de participar y al otro de abstenernos? ¿Cuántos espacios hubiéramos preservado realmente?
Es un ejercicio inútil y doloroso el echar hacia atrás desde este punto de vista; no nos queda sino mirar hacia adelante y avanzar con base en un plan que debe partir, primero que todo, de no repetir los errores pasados.
Lo hemos demostrado coherentemente y con hechos, desde hace muchos años. Nuestro optimismo y nuestra fe se basan en trabajo, en la respuesta de la gente a nuestra propuesta, en el hecho mismo de que lo que proponemos se basa en el clamor urgente de los nuestros.
Hay que llevar a la mesa valor, coherencia, trabajo, equipo. En caso contrario, nadie se puede quejar por los espacios que se pierden. Porque eso es lo que sucede: los espacios que se abandonan, se pierden.
Y nosotros no estamos dispuestos a permitir que se pierda Miranda.