Como si estuviéramos viviendo en una distopía convertida en realidad, la pesadilla del abastecimiento de la gasolina en Venezuela sigue cuesta abajo en su agujero negro.
Y en medio de la incredulidad que nos genera a todos esta situación, no está demás subrayar que es doblemente insólita porque estamos sentados sobre las reservas petroleras más grandes del planeta.
En pocos años, la gasolina ha pasado de ser un producto abundante y barato a convertirse en un bien escaso, que amerita de un verdadero vía crucis para conseguirlo. Y la realidad, hasta este momento, es que no se ve solución alguna a corto plazo. Muy al contrario, ahora el racionamiento se normalizó; cuando esta era una práctica circunscrita a zonas muy delimitadas del país. Y vale decir, una medida que jamás ha debido tomarse en ningún rincón de una nación tan rica en hidrocarburos.
Las medidas de importación de combustible no han sido más que el pañito caliente que se avizoraba iba a ser desde el primer día, ya que es imposible abastecer el mercado interno a punta de gasolina extranjera.
Si bien hemos recibido unos cuantos envíos de este recurso, las enormes colas no han desaparecido nunca del todo y en los últimos días se han vuelto a alargar y multiplicar; dejando al descubierto que se trata de una medida errática y que no es parte de un plan para dejar este caos atrás.
El hecho de que muchos ciudadanos debamos invertir interminables horas y hasta días en una fila sin sentido ni razón, es otro golpe duro para la calidad de vida y el progreso de esta tierra.
¿Cuántas horas de trabajo no realizado se están muriendo en esa espera? ¿Cuánta productividad estamos echando al cesto de la basura? ¿Cuántos hijos están quedando desatendidos? ¿Cuántos venezolanos han sido víctimas de la delincuencia en las noches solitarias de espera frente a una estación de servicio?
La carencia actual de un bien que se masificó en el mundo entero hace muchos años, se lleva por delante nuestros más elementales derechos. No hay dignidad alguna en el hecho de tener que prácticamente mendigar un insumo del cual hasta no hace nada disponíamos a manos llenas y era incluso nuestro principal producto de exportación.
¿Cómo se sale a trabajar? ¿Cómo se buscan los alimentos? ¿Cuántos enfermos han fallecido porque la ambulancia que ha debido prestarles servicio no tenía combustible?
La caotización de la cotidianidad ha alcanzado niveles nunca antes vistos en esa colección de horas perdidas y llenas de angustia que se han vuelto el pan nuestro de cada día. Los caraqueños se quejan de haber perdido un día de trabajo en las filas; pero hay quienes reportan desde el interior haber pasado hasta 12 días para abastecerse.
La situación es tan dantesca, que distintos miembros de una familia se turnan en la guardia para no perder el puesto. Esto incluye desde niños, niñas y adolescentes hasta personas de la tercera edad.
Y cuando se alcanza la meta, el proceso de adquisición es engorroso. Hay un tope en la cantidad de combustible que se puede repostar, está también el captahuella de por medio; e incluso la medida –que ha ido y venido alternativamente– de poder reabastecer solamente mediante el número de placa. Algo que coloca en desventaja a la gente que, por una u otra razón, deba hacerlo en un día distinto al impuesto.
Nos preguntamos si en algún otro país existirá una metodología tan enrevesada para una transacción que apenas lleva un par de minutos en circunstancia normales.
También hemos escuchado quejas de quienes no pueden surtirse del combustible subsidiado por errores en el sistema, teniendo que gastar hasta 10 veces más en el que se expende a los llamados precios internacionales.
Las protestas por el asunto van y vienen. Alcanzan un pico, se apagan y se silencian luego. Un poco por el cansancio de tantos días de lucha contra la ineptitud y otro tanto porque saben que no hay oídos que escuchen o responsables que solucionen. Pero luego regresan, atizadas nuevamente por la desesperación, que vuelve a llegar hasta el cuello.
En cuanto a la producción nacional, su declive progresivo se puede rastrear hacia atrás desde hace mucho tiempo, hasta llegar a los niveles insólitamente bajos de hoy.
Si bien ya era preocupante desde hace décadas nuestra dependencia de un solo producto para motorizar la economía nacional, hoy se puede considerar como el fracaso más estruendoso el hecho de que ni siquiera tengamos la habilidad de producir gasolina.
Es grotesco que se hable de un “esquema de sustitución de importaciones” en el único rubro económico que nos permitía ufanarnos de autoabastecimiento.
Mientras tanto, queda esperar los resultados de la importación directa por parte de particulares, una manera desesperada de pasar la papa caliente de un problema que desbordó la capacidad de respuesta.
David Uzcátegui.