Cada año, Nueva York se convierte durante una semana en el epicentro diplomático del planeta —y este 2025 no fue la excepción—, cuando los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas convergen para intentar, entre desacuerdos y declaraciones inflamatorias, trazar agendas comunes.
En esta edición, la 80.ª reunión de la Asamblea General, los reflectores se centraron no solo en los grandes temas globales (cambio climático, conflictos armados, migraciones), sino en las explosivas afirmaciones del presidente de los Estados Unidos, que agitaron el escenario diplomático más de lo habitual.
El presidente Donald Trump, en su primera aparición ante la Asamblea desde su retorno a la Casa Blanca, sorprendió con un tono beligerante. En su discurso cuestionó directamente la utilidad del propio organismo: “¿Cuál es el propósito de las Naciones Unidas?”, llegó a preguntar, al insinuar que EE. UU. había logrado poner fin a guerras que la ONU no pudo resolver.
Pero más allá de la retórica institucional, su intervención incluyó afirmaciones que generaron molestia entre científicos, diplomáticos y gobiernos. Dijo, por ejemplo, que el cambio climático era «el mayor engaño jamás perpetrado al mundo», y calificó a las energías renovables como ineficaces frente al poder del petróleo y el carbón. Además, responsabilizó a Europa de “destrucción” por su apertura migratoria, acusando a los países europeos de verse invadidos por “ilegales”.
Trump también aludió a fallas técnicas: el teleprompter dejó de funcionar y la escalera mecánica que lo subió al podio se detuvo a mitad de camino. Él usó esos incidentes como metáforas de disfunción del organismo, pero entidades de la ONU señalaron que el problema fue responsabilidad del equipo estadounidense.
Las redes sociales y los medios no tardaron en reaccionar: algunos presentadores de televisión insinuaron acciones extremas contra la sede de la ONU, aunque el propio organismo aclaró que no hubo sabotaje.
En conjunto, sus intervenciones polarizaron el debate: por un lado, leales lo defendieron como un discurso audaz que desafía a las élites globalistas; por otro, críticos lo denunciaron por mentir, sembrar desconfianza y debilitar la gobernanza multilateral.
Uno de los dramas de la ONU es que estamos ante un foro de 193 Estados soberanos con intereses, culturas y prioridades divergentes. Precisamente ese pluralismo es la fuerza y el talón de Aquiles de la Asamblea.
Por ejemplo, en esta sesión el conflicto en Gaza e Israel dominó gran parte de las intervenciones. Mientras muchos países respaldaron la Declaración de Nueva York (liderada por Arabia Saudita y Francia) que impulsa pasos “irreversibles” hacia un Estado palestino, EE. UU. la criticó y advirtió que podría legitimar a grupos como Hamas.
Asimismo, en el tema ucraniano, algunos mandatarios reclamaron mayor apoyo militar y sanciones continuas contra Rusia; pero otros, especialmente países con lazos económicos con Moscú, apelaron al diálogo y al fin de las hostilidades, matizando las exigencias. Zelenski presentó su advertencia de que estamos ante una nueva carrera armamentista impulsada por IA y drones.
Las migraciones y su gestión también provocaron tensiones: mientras algunos países europeos reclaman cooperación y solidaridad, Estados Unidos insistió en una narrativa de soberanía, seguridad y rechazo a lo que llamó “agenda de migración global”.
Y en materia de cambio climático, muchos Estados vulnerables exigieron financiamiento, compensaciones y compromiso real; otros, menos afectados o con economías dependientes de combustibles fósiles, pidieron una transición gradual y pragmática.
A pesar de las fricciones, hubo momentos de entendimiento. Países africanos lograron consenso para replantear la composición del Consejo de Seguridad, hoy acusado de ser poco representativo, y avanzar reformas que reflejen mejor el peso global de regiones históricamente marginadas.
También se promovieron resoluciones sobre seguridad alimentaria, acceso a la tecnología para países en desarrollo y cooperación para regular inteligencias artificiales. Diversas coaliciones regionales (América Latina, África, Asia) presentaron propuestas conjuntas que, aun si no fueron perfectas, reflejaron voluntad de diálogo y de combinar esfuerzos.
Puede que la Asamblea de 2025 pase a la historia por los titulares altisonantes del discurso estadounidense, pero su esencia sigue viva: reunir las miradas del mundo para obligar a escucharnos. Cuando un líder acusa a la ONU de ser inútil, lo que en realidad denuncia es la insuficiencia de la cooperación global.
El hecho de que miles de diplomáticos, funcionarios, periodistas y activistas se hallen en Manhattan demuestra que seguimos creyendo en la diplomacia. Hay una semilla de esperanza.