Los acontecimientos definitorios que se están desenvolviendo en los días recientes en nuestro país no pueden ser pasados por alto ni minimizados por nadie. Una vez más nos jugamos el futuro de la nación y de nuestros hijos, y de la toma de decisiones acertadas depende que podamos escapar de este juego trancado que nos ha dificultado la existencia por dos décadas.
Pero primero que nada, hay que hacer un llamado urgente: ¿por qué o por quiénes peleamos? Porque eso es lo que nos va a dar la razón, la estrategia y el compromiso para dirigirnos de manera adecuada en la ruta acertada. Y porque, si cualquier error o distracción nos saca de ese sendero, son quienes más nos importan quienes lo pagarán.
Padecemos un país atrapado en un interminable conflicto político. Y en medio de este tumulto, son los ciudadanos comunes quienes pagan el precio más alto: el exilio de seres queridos, la escasez de agua y electricidad, la erosión del poder adquisitivo, pensiones insuficientes, y un sistema de salud y educación en ruinas. Es el sufrimiento del día a día, la lucha por la supervivencia en un país donde las condiciones básicas de vida se han vuelto un privilegio.
Y es a ellos a quienes nos queremos referir. Nada más y nada menos que a los venezolanos, quienes han padecido de manera interminable las consecuencias de un prolongado experimento político fallido, que ha diezmado sus condiciones de vida, hasta ponerlos contra la pared, en las condiciones más extremas de elemental supervivencia.
Desde hace mucho tiempo, la polarización política ha sido la norma en esta tierra. Los extremos y los rótulos, lanzados alegremente, han llevado al país al borde del abismo, sin ofrecer soluciones.
Denominaciones que parecieran inútiles, porque son incapaces de sacarnos del abismo, de dar respuestas, de solucionar. Se trata de discurso vacío, de hemorragias de palabras que pretenden camuflar la inacción y el precipicio.
Es hora de entender que los extremismos solamente han agravado la situación, dividiendo aún más a una nación ya fracturada desde hace rato. Es hora de detener las descalificaciones y los enfrentamientos estériles, porque nada más profundizan las heridas, sin aportar al futuro que no se nos puede seguir escapando de las manos.
Es por demás justificado que la gente anhele una salida a esta crisis interminable. Sin embargo, es crucial entender que la solución no radica en seguir alimentando la confrontación y el odio.
En lugar de dedicar energía a desacreditar al otro bando, debemos enfocarnos en debatir sobre los problemas reales que afectan a todos los venezolanos, quienes son el objetivo verdadero de esta lucha: la pérdida del poder adquisitivo, la falta de servicios públicos eficientes, la escasez de empleos dignos, las pensiones miserables, la crisis en la educación y la atención médica.
Es evidente que quienes ostentan el poder en la actualidad se han beneficiado de esta constante confrontación. Mientras la atención se desvía hacia peleas estériles, los problemas fundamentales del país quedan en segundo plano. Y se corre la arruga, postergando el cambio por la zona de confort que se ha construido para unos pocos.
Es el momento de dejar de lado las agendas particulares y actuar en beneficio del país, porque esta tierra es nuestro hogar y una empresa de la cual todos somos accionistas.
Su beneficio nos traerá bien, su fracaso a todos arrastrará, aunque algunos miopes no lo puedan ver hoy.
Las decisiones que se tomen en los próximos días serán cruciales para el futuro de Venezuela en los próximos años. Es hora de que los líderes políticos demuestren verdadero liderazgo y responsabilidad.
El camino hacia la recuperación de Venezuela no será fácil ni rápido. Se requerirá de un esfuerzo conjunto, dejando de lado las diferencias ideológicas y trabajando por el bien común. Los políticos deben estar a la altura de las circunstancias, priorizando el interés del país por encima de sus propios intereses partidistas.
Es necesario un cambio de enfoque urgente, porque estamos a las puertas de un momento definitorio, pero seguimos enredados en disputas secundarias, enanas y estériles. Debemos enfocarnos en buscar, encontrar y consolidar acuerdos que consoliden en hechos las mayores posibilidades de salir adelante en esta situación.
Y sí, eso significa dejar de lado egos, nombres, planes y todo lo que particulariza la tan ansiada solución. No se trata de una u otra persona, de una u otra organización. Se trata de que todos debemos estar dispuestos a aportar la cuota de sacrificio que el momento demande.
Y no lo haremos solamente por el desprendimiento que la ética obliga y dicta, sino también porque solamente de esa manera podremos asegurar la supervivencia de nombres y proyectos en una Venezuela futura.