El éxodo masivo de venezolanos hacia otras latitudes ha generado un panorama que cada vez llama más la atención. La situación de miles de familias que se ven obligadas a abandonar el país en busca de oportunidades que no encuentran en esta tierra, ha terminado por hacer titulares en la prensa internacional.
La salida colectiva de compatriotas que se despiden cada día no es simplemente una historia de migración en masa; es una verdadera tragedia humana. Detrás de cada uno de estos casos, se halla una compleja historia individual o familiar.
Son hermanos que luchan por encontrar en otras tierras las oportunidades dignas que no alcanzaron en suelo venezolano. La compleja y prolongada crisis ha forzado a muchos a tomar el difícil camino de la partida, en busca de un horizonte más prometedor. Una de las decisiones más difíciles que una persona pueda tomar.
La reciente información sobre la reanudación de vuelos de deportación desde Estados Unidos ha marcado un nuevo capítulo adverso en esta historia. Más de 130 compatriotas, hombres y mujeres, conformaron el primer grupo que retornó el 18 de octubre en un Boeing 737 desde Texas y Florida, evidenciando una realidad que, lejos de disminuir, está en constante agudización. Especialmente cuando, en informaciones posteriores, se ha conocido de otros vuelos y de la permanencia de este operativo en los planes del gobierno estadounidense.
A esto se sumó recientemente la conmovedora noticia de que al menos 200 venezolanos retornaron desde Islandia, tras no hallar vías legales para permanecer. Es un titular que hizo mucho ruido, por lo inesperado. ¿Cómo es que hay un grupo de venezolanos tan numeroso en un país tan lejano? Especialmente porque se sabe que son muchos más ¿Cómo se adaptan a condiciones culturales y climatológicas tan ajenas a lo que somos?
Aunque se conoció de la decisión soberana de esa nación del norte de Europa sobre el cambio reciente en sus políticas migratorias, es imposible dejar de lamentar que haya afectado a compatriotas que le apostaban para un destino más prometedor.
Lo cierto es que la falta de opciones legales para establecerse en nuevos países deja a muchos en una encrucijada, enfrentando decisiones que comprometen su estabilidad y futuro.
El episodio más reciente, la controvertida medida de control de identidad anunciada por la Superintendencia Nacional de Migraciones y la Policía Nacional en Perú, durante el partido de futbol entre las selecciones de esa nación y Venezuela, desató una ola por demás justificada de rechazo y críticas.
Este acto fue considerado por activistas y periodistas como un acto absurdo y xenófobo, exacerbando la sensación de exclusión y discriminación que muchos compatriotas viven en el extranjero.
Es necesario comprender que cada conciudadano que se ve en la necesidad de emigrar lo hace forzado por circunstancias extremas. Nadie abandona por gusto a su hogar y seres queridos. Estamos perdiendo juventud, experiencia, fuerza de trabajo y conocimientos, que podrían contribuir a sacar adelante a este país, pero que se ven arrinconados a fuerza de la hostilidad del entorno. El único camino es escapar.
A pesar de los desafíos, muchos venezolanos que han emigrado han mostrado una notable resiliencia y determinación para reconstruir sus vidas en nuevos entornos. Han contribuido significativamente a las sociedades que los han acogido, aportando con su trabajo, talento y cultura.
Es momento de que la comunidad internacional se plantee una manera de observar de manera particular esta crisis migratoria de características únicas e inéditas. Se requiere una respuesta humanitaria coordinada que brinde oportunidades y garantice la dignidad de aquellos que se ven forzados a dejar su tierra natal.
Si bien cada nación es soberana y tienen el poder de decidir quién se queda y quién se va, la consideración para tomar esta decisión debería ser mucho más documentada que esto.
Hay países que necesitan fuerza de trabajo para robustecer su economía y que podrían brindar oportunidades a los migrantes, como se hizo aquí en Venezuela. Sería una relación ganar-ganar tanto para algunos de nuestros compatriotas como para las naciones receptoras.
Para los venezolanos que no puedan concretar su permanencia legal en otros países, siempre debe haber un trato digno y respetuoso de los más elementales derechos humanos.
Mientras tanto, nos toca trabajar en este suelo por una solución que devuelva la esperanza a sus ciudadanos.
Hay que edificar un país que invite no solamente a quedarse, sino a venir, a invertir y a enamorarse de nuevo, para que vuelva a ser la casa amplia que siempre alojó a todos sus hijos y recibía con los brazos abiertos a quienes venían a trabajar y construir.