En las últimas semanas ha sido objeto de polémica nacional el nuevo estadio de béisbol recientemente inaugurado en el sector caraqueño de La Rinconada, bautizado como “Estadio Monumental de Caracas Simón Bolívar”.
El coso en cuestión tiene la capacidad de albergar unas 40 mil personas, y fue construido a un costo de 70 millones de dólares.
Una vez más, nos dejamos tentar por la presunción de tener lo más grande, lo más nuevo, lo más espectacular. Una manía que se origina desde los gustos que nos podíamos dar en los años de prosperidad petrolera, tiempos que ya han pasado.
Ciertamente, una obra de semejante envergadura tiene un cierto sentido, en tanto y en cuanto el béisbol es nuestro deporte nacional. La afición por el mismo ha atravesado sólidamente la historia nacional por décadas.
La presencia de este deporte en Venezuela se remonta a finales del siglo XIX, cuando llegaron a Caracas algunos estudiantes venezolanos provenientes de universidades en los Estados Unidos, quienes volvieron con bates, guantes, pelotas y otros implementos para la práctica de ese deporte.
Luego, la influencia cultural ejercida desde el siglo XX por las empresas petroleras estadounidenses ubicadas en el territorio venezolano contribuyó a la diseminación del béisbol en el país.
En 1941, la selección de béisbol de Venezuela fue campeona de la Serie Mundial de Béisbol Amateur jugado en La Habana, Cuba. Este logro impulsó la popularidad del deporte en el país, hasta llegar a la larga rivalidad deportiva y amistosa entre los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes, en el marco de nuestro universo pelotero nacional.
Sin embargo, hoy mucha gente se cuestiona –y no sin razón- el enorme gasto realizado en este nuevo coliseo, cuando sabemos la situación de escuelas y hospitales en todo el país; cuando incluso la misma práctica deportiva está muy alejada de las necesidades más elementales de nuestros niños y adolescentes por falta de infraestructura y carencias en la nutrición.
No estamos, es verdad, en el momento de complacernos en petulancias que nos masajeen el ego, cuando los maestros y los médicos venezolanos se encuentran devengando salarios irrisorios, que desdicen mucho de su condición de trabajadores esenciales de la sociedad. Unos sueldos que están extremadamente rezagados, si los comparamos con los de sus pares de cualquier otra latitud, e incluso ante los de ellos mismos en un pasado no demasiado lejano en este mismo país.
Y que no se nos malentienda: somos los primeros que consideramos necesaria la construcción de ese estadio. Ciertamente y como lo apuntamos arriba, el béisbol tiene un lugar privilegiado en el alma nacional.
Sin embargo, más allá de desear la construcción de una obra como esta –y ojalá de muchas más de semejante envergadura- no podemos dejar de preguntarnos quiénes podrán ir a disfrutar de eventos deportivos en ese lugar. A cuántos de nuestros compatriotas les alcanzará lo que ganan para darse el gusto de asistir a un espectáculo deportivo, después de descontar de su ingreso económico lo necesario para comer y otros gastos elementales, como medicinas o transporte.
Sí, pueden decirnos que se consiguen boletos desde apenas 2 dólares; pero a eso responderemos que el sueldo mínimo está actualmente en $8. Gastar el 25% de su ingreso en un boleto deportivo no es algo que mucha gente pueda hacer.
Adicionalmente, construcciones de esa envergadura conllevan costos de mantenimiento y adicionalmente, necesitan mantenerse en constante actividad para generar dinero que permita amortizar su precio y dejar ganancia. Es lo que se hace en los grandes estadios del mundo y no hay nada de qué avergonzarse. Muy por el contrario, situaciones como esas son las que traen prosperidad y bienestar a un país.
Instalaciones de semejante tamaño por lo general salen adelante mediante el patrocinio de la empresa privada, la misma que se satanizó y se estigmatizó para extinguirla casi totalmente en el país.
Algunos se fueron a la quiebra, otros más decidieron establecerse lejos, donde fueran bien recibidos y contaran con las condiciones para hacer florecer sus negocios. No hay nada más cobarde que un millón de dólares.
Ojalá que con semejante obra no veamos el destino de deterioro y abandono que finalmente se ha llevado por delante a tantas instalaciones valiosas en nuestro país, porque ese es el final de los proyectos que son desproporcionados a la realidad nacional.
Ese es el panorama que vemos desde el nuevo estadio. El de un país golpeado e incapaz de sostener sobre sus propios pies eventos de este calibre.
Y el panorama que quisiéramos ver es el de una nación próspera, donde todos sus habitantes se puedan dar el gusto de un buen juego de béisbol, después de haber cubierto sobradamente todas sus necesidades.