Entre los numerosos problemas que desbordan a Venezuela, hay unos cuantos que lamentablemente compartimos con muchas otras naciones, que igualmente los padecen en mayor o menos grado.
Uno de los más vergonzosos y alarmantes, es la violencia contra la mujer. Y nuestro país no escapa a esta desgracia, cuya peor expresión es el asesinato de una dama, simplemente por el hecho de serlo. Es decir, el feminicidio o femicidio.
Para colmo de males, esto ha empeorado en todo el planeta debido a las condiciones que ha creado la pandemia: confinamientos, restricciones a la movilidad, mayor aislamiento, estrés e incertidumbre económica.
La consecuencia de este cuadro tan adverso ha sido el incremento de otras formas de violencia distintas a las que pensamos tradicionalmente, como el matrimonio infantil o el acoso sexual en línea.
Este es otro impostergable asunto pendiente que se agrega a la ya compleja situación social de Venezuela, entre otras cosas debido a que las graves carencias de esta sociedad, así como las de nuestro sistema jurídico y educativo, tienden a crear más espacio para que este tipo de comportamientos delictivos se multipliquen. Y sumemos nuevas víctimas fatales cada día.
A ello tenemos que agregar autoridades que no están cumpliendo con sus deberes y que hacen muy poco por trabajar en la educación, así como en la prevención y la sanción ejemplar a estos gravísimos crímenes.
Venezuela contabilizó 193 asesinatos de mujeres a manos de hombres que formaban parte de sus vidas en los primeros diez meses de este año, lo que arroja un promedio de un feminicidio cada 37 horas, según el registro actualizado la semana pasada por la Organización No Gubernamental Utopix.
Además, se agrega el agravante de la gran masa de compatriotas que están emigrando, quienes evidentemente quedan en un limbo legal y prácticamente en el anonimato durante sus travesías.
Para el pasado mes de junio, el Diario Las Américas reportaba que al menos 23 venezolanas habían sido asesinadas en el exterior lo que iba de año.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, «La mayoría de los casos de feminicidos son cometidos por parejas o exparejas, e implican abusos continuos en el hogar, amenazas o intimidación, violencia sexual o situaciones en las que las mujeres tienen menos poder o menos recursos que sus parejas».
Este comentario nos permite desglosar dos terribles componentes de este drama. Uno, es el hecho de que las agresiones escalan. Comienzan por discusiones, luego pasan a ofensas y a gritos, posteriormente a golpes y finalmente se puede llegar a un desenlace fatal.
La otra alerta que hay que observar, es el hecho de que, cuando el hombre de la relación trata de ejercer algún poder o control sobre la mujer con el fin de coaccionarla, probablemente estemos en presencia de los primeros episodios de un problema que va a empeorar, con consecuencias impredecibles.
Vale acotar que, de acuerdo a los especialistas, los feminicidios se dividen en dos categorías: feminicidios íntimos y no íntimos. El primero se refiere al asesinato de mujeres por parte de las parejas o exparejas, mientras que el segundo resume el asesinato de mujeres por parte de personas con las que no tenían una relación íntima.
Sobre esta tragedia tan arraigada en nuestro país se pronunció Tamara Bechar, profesora de la cátedra de Violencia de Género en el Postgrado de Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Católica Andrés Bello: “La violencia contra la mujer es una constante. Falta mucho camino por transitar, porque se trata de unos temas culturales y educativos que requieren la superación de paradigmas sexistas y misóginos que existen dentro de la sociedad y la familia venezolana, tanto a nivel particular como a nivel público del Estado y sus instituciones, en cuanto a la manera en que se ve y se valora la mujer”.
Se trata pues, de una de las violaciones más generalizadas de los derechos humanos. Se producen muchos casos cada día, aquí y en todos los rincones del planeta.
Este tipo de violencia tiene graves consecuencias físicas, económicas y psicológicas sobre las mujeres y las niñas, tanto a corto como a largo plazo, al impedirles participar plenamente y en pie de igualdad en la sociedad.
Las sobrevivientes arrastran un trauma difícil de superar, que les impide en mayor o menor grado realizar su potencial como seres humanos y las deja vulnerables a que se involucren nuevamente en episodios similares, que pueden terminar peor.
¿La solución? Una sociedad estructurada y estructura en la sociedad. Educación, conciencia, valores; pero además un sistema legal robusto y eficaz. Las demoras y las omisiones se pagan con vidas. Ojalá no sigamos esperando.