El mundo entero ha seguido con atención y tensión los acontecimientos de las últimas semanas entre Rusia y Ucrania, temiendo que detone un conflicto bélico que pueda escalar hasta niveles inesperados.
Al momento de escribir estas líneas, las últimas informaciones habían dado a conocer que tropas rusas habían lanzado horas antes su tan esperado ataque sobre Ucrania, mientras el presidente de Rusia Vladimir Putin, restaba importancia a las sanciones y condenas internacionales.
Putin remató amenazando a otros países, al decir que cualquier intento de intervenir tendría “consecuencias que nunca han visto”.
Estas declaraciones se produjeron mientras en suelo ucraniano las sirenas de los ataques aéreos sonaban, presagiando una nueva y peligrosa crisis para un mundo ya sacudido por la agitación.
Todo esto sucedió justamente cuando los diplomáticos del mundo, en una reunión de última hora del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, abogaban por la paz.
En Kiev, Járkiv y Odesa se oyeron explosiones antes del amanecer del jueves, mientras los líderes mundiales condenaban el inicio de una invasión rusa que “podría provocar enormes bajas y derribar el gobierno ucraniano elegido de forma democrática”, según fuentes.
Por su parte el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, decretó ley marcial y dijo que Rusia había atacado infraestructura militar ucraniana. Zelenskyy agregó que acababa de hablar con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y que Washington estaba recabando apoyo internacional para Ucrania. Instó a los ucranianos a quedarse en casa y no entrar en pánico.
Biden condenó un “ataque no provocado e injustificado de las fuerzas militares rusas” en una declaración el miércoles por la noche, en Washington. Agregó que anunciaría “más consecuencias” que Estados Unidos y sus aliados planeaban imponer a Rusia.
Se teme que algún acontecimiento inesperado en el campo de batalla haga escalar el conflicto hasta niveles no imaginados. Como dijo alguien alguna vez, las guerras son muy fáciles de empezar, pero muy difíciles de terminar.
Sin duda, el presidente ruso intenta revivir ese nostálgico espíritu de imperialismo y expansionismo, que nunca ha sido extraño a aquella enorme nación de la Europa nororiental, y que vio sus días de mayor gloria con la hoy extinta Unión Soviética.
Putin, como ex funcionario de los temidos servicios de inteligencia de la KGB de aquellos tiempos, tiene ese modo de pensar impreso en su ADN y utiliza como estrategia política el ir tras los viejos y buenos tiempos, según su propia percepción y la de muchos de sus partidarios.
Cuando aquella Unión Soviética colapsó bajo el peso de su propia ineficiencia hace más de 30 años, quedaron desgranadas un número de pequeñas repúblicas que se salieron de control de ese eje, las cuales siguen siendo vistas con apetito y voracidad desde Moscú.
Es el caso de Ucrania, que ha luchado en estas décadas por labrar su propio destino, y que quiere ser más de Europa que de Rusia, reafirmando su interés y deseo de pertenecer a la Unión Europea, según los movimientos que ha hecho su gobierno, democráticamente electo.
Sin embrago, también hay aún nostálgicos de la era soviética dentro de sus fronteras, y esto tiende a complicar aún más un asunto ya de por sí extremadamente delicado. Es el caso de la península de Crimea, que ha hecho a su vez declaración de independencia de Ucrania y quiere volver a manos rusas. Una cuestionada independencia que muchos califican como empujada desde Moscú.
Y en todo esto, juegan como siempre los intereses económicos, que son los que mueven los hilos. En este caso, la venta de gas ruso a Europa, a través de gasoductos que pasan por Ucrania. Un jugoso negocio que no puede quedar dependiendo de manos que no sean totalmente adeptas.
Es la agenda de poder de Vladimir Putin la que pone hoy en jaque al mundo entero. Su intransigencia al no querer reconocer la independencia de Ucrania. Su juego de utilizar a Crimea como un peón en su tablero personal de poder.
Su nostalgia por una guerra fría que el mundo no quiso, que condenó y que afortunadamente, terminó hace mucho tiempo. Su temor a la Unión Europea y su pretensión de darle órdenes e imponerle líneas cuando él no pinta nada allí.
Y todo esto al final juega con la vida de la gente. Principalmente de los ucranianos, que luchan legítimamente por su autodeterminación, tras haber sido colonia rusa y soviética en tiempos pasados.
Mientras las democracias occidentales tratan desesperadamente de trazar un mundo de paz y progreso, un líder anacrónico se empeña en jugar a ser el guapo de la cuadra y desestabiliza las vidas de millones para jugar su juego personal. Las consecuencias, sean las que sean, no serán buenas. Ninguna guerra tiene buenas consecuencias.