Venezuela se ha convertido en el país donde la improvisación y la falta de prevención se han institucionalizado. Y no faltará quien nos diga que los venezolanos siempre hemos sido así; pero eso es bastante discutible.
Si bien es cierto que tenemos tendencia a esa ausencia de planificación y a abordar las cosas en medio del día a día, no podemos dejar que el “Como vaya viniendo vamos viendo”, del recordado personaje de Eudomar Santos en Por estas calles, nos gobierne la existencia.
Para algo hay autoridades, por alguna razón existen instituciones. Y es que, entre otras cosas, estas están allí para atajar nuestras carencias y para hacernos una nación mejor, para cuidar de nosotros mediante profesionales calificados y para evitar todo lo que sea evitable.
Todo esto, por supuesto, es teoría hueca aquí. En la práctica, la desidia viene desde arriba y permea profundamente a la administración pública nacional en general, con honrosas y no pocas excepciones.
Lamentablemente padecemos a unos funcionarios distraídos en la acumulación y disfrute del poder, por lo cual pasan por alto deberes tan elementales como hacer su trabajo para prevenir muertes que no tienen por qué suceder.
Un ejemplo de lo que decimos, ocurrió con las lluvias que azotaron durante la última semana a los estados Apure, Bolívar, Yaracuy, Zulia y Mérida, ensañándose especialmente con este último.
Diversas fuentes apuntan a que, al momento de escribir estas líneas, la cifra de fallecidos ya supera la veintena, incluidos niños y adultos mayores. Los afectados rondan los 55 mil. Al menos 17 personas se encuentran desaparecidas.
También resultaron afectados, adicionalmente a los ya mencionados, los estados Amazonas, Aragua, Barinas, Delta Amacuro, Monagas y Táchira, además de algunas zonas de nuestra ciudad capital.
Las fuertes lluvias en Mérida ocasionaron el desborde de varias quebradas. Las inundaciones afectaron a las comunidades de Tovar y Santa Cruz de Mora. 60 kilómetros de carreteras quedaron tapiados por derrumbes o fueron arrasadas por las aguas.
Por lo menos 8 mil viviendas han quedado destruidas por inundaciones y deslaves a nivel nacional.
Insólitamente, las lluvias –que llegan todos los años por la misma época–, siempre “sorprenden” e nvariablemente arrasan, llevándose con ellas unas cuantas vidas y dejando daños materiales de mayor o menor impacto; pero que siempre se hacen sentir.
Es así como arrasan con viviendas, destruyen caminos, colapsan servicios y nunca hay una explicación.
Nadie aborda la falta de prevención, el hecho de que los ríos y quebradas no se mantienen limpios, de que a la ciudadanía no se le instruyen cómo actuar en situaciones de emergencia y más aún, en el aspecto preventivo del asunto, el cual pasa, por ejemplo, por no arrojar basura a las quebradas. O por saber cuándo evacuar con tiempo una vivienda, antes de que sea demasiado tarde.
Todos estos son deberes de un gobierno, que para algo lleva tal nombre. Se olvida por completo que el primer deber de quienes ocupan esas posiciones es salvaguardad la seguridad e integridad física de la ciudadanía, su vida misma, además de su dignidad.
Todo esto pasa por tener una vivienda con los mínimos estándares adecuados, o por recibir la atención médica oportuna y de calidad, cuando no quede más remedio que asistir a una persona que fue golpeada por la adversidad de un evento natural. Esos fenómenos que no se pueden prevenir, pero que son cíclicos en nuestros calendarios. Que siempre los esperamos, pero que nunca estamos listos.
Eso para no hablar de nuestros cuerpos de emergencia, siempre luchando con las uñas y los dientes, por falta de equipamiento adecuado, ya que el que tienen en sus manos está siempre obsoleto. Sin recursos, los bomberos, policías y personal médico se ven fácilmente desbordados por tragedias como la de Mérida.
Y por su fuera poco, sus remuneraciones son francamente vergonzosas, por o cual se mantienen en sus oficios simplemente por la más pura y ejemplar vocación de servicio.
No queremos imaginar lo que sucedería si un evento de mayores magnitudes, como un terremoto, tiene lugar en la Venezuela actual.
Numerosas naciones enfrentan con las mínimas pérdidas posibles fenómenos cíclicos, como los huracanes o las nevadas; o se ven las caras con fenómenos menos predecibles como erupciones volcánicas o sismos. Las contingencias de las tragedias naturales siempre van a acompañar a la humanidad. Sin embargo, el conocimiento que es accesible en esa tercera década del siglo XXI, junto a la adecuada distribución de recursos para la prevención y la remediación, disminuyen muy notablemente el precio que hay que pagar en vidas y daños materiales.
Es un sueño alcanzable que nuestro país mejore su desempeño ante estas adversidades.