Durante la última semana, el mundo entero ha seguido con expectativa los acontecimientos que se desarrollan en Cuba. Una isla vecina y un pueblo hermano que han tenido el infortunio de convertirse en rehenes de complejos juegos de la geopolítica internacional, y que quedó atrapada en una vida suspendida, marcada por dolores y privaciones que se han extendido por más de sesenta años.
Pero hoy, y desde hace ya varios días, miles de personas protagonizan las mayores protestas antigubernamentales en 27 años. Según los seguidores del tema, no se veía algo así desde el llamado “maleconazo”, en 1994.
La escasez de productos básicos, alimentos y medicinas, los rutinarios cortes de electricidad en algunas regiones y la generalización de tiendas de pago exclusivo en divisas motivaron las manifestaciones que estallaron primero en San Antonio de Los Baños, a 30 kilómetros al este de La Habana, y se extendieron luego a otras localidades, incluida la capital.
Ciudadanos cubanos de todos los sectores sociales se han sumado de forma espontánea y pacífica a las protestas, organizadas y documentadas en las redes sociales. No parece existir un liderazgo concreto y más bien se habla de un fenómeno espontáneo y masivo.
Sobre el fenómeno, escribe el analista Javier Corrales en el New York Times: “Está claro que el embargo estadounidense de casi 61 años no ayuda. Las restricciones del gobierno al pequeño sector privado son aún más perjudiciales. A las empresas, incluidas las tiendas y los restaurantes, se les prohíbe acceder a préstamos bancarios o participar en el comercio. Los alimentos siempre han estado racionados y, ahora con la pandemia, las restricciones son aún más inflexibles”.
El perverso sistema que secuestró a la nación cubana, ha sobrevivido las cuatro últimas décadas del siglo pasado, las dos que van del actual y el comienzo de esta tercera que apenas acabamos de pisar. No es un mérito, es una vergüenza.
Y para muestra, basta un botón. Los numerosos hermanos cubanos que hemos recibido en esta tierra, en busca de oportunidades y de una vida mejor, al igual que los que emigran a otras distintas latitudes y hacen público el secreto a voces: el experimento del castrismo, que alguna vez se vendió al mundo bajo el disfraz de una pretendida justicia social, es un fracaso. Más que eso, es un engaño de dimensiones monumentales. Ha costado vidas, ha costado paz. Y esos son precios inaceptables, que ninguna nación debe pagar.
Bajo una aceitada maquinaria de propaganda, se vendieron las virtudes y bondades de un paquete de “caramelos de cianuro” en los ya remotos años sesenta: educación y salud gratuita, triunfos en eventos internacionales, entre otros.
Lo que no se decía, era que esto se conseguía al convertirse en franquicia de la hoy extinta Unión Soviética, y que era a cambio de entregar libertades. Cuba pasó a ser moneda de cambio en la histórica guerra fría y su protagonismo en aquellos hechos cobró relevancia mundial en la tristemente célebre Guerra de los Misiles, que nos colocó al borde de una Tercera Guerra Mundial.
El férreo control del Estado sobre todas las actividades ciudadanas que era necesario para consolidar aquel proyecto, supuso la desaparición de toda iniciativa particular, una vigilancia absolutamente policial sobre cualquier aspecto de la vida y, finalmente, la asfixia de una sociedad pujante y próspera, que estuvo a la vanguardia de Latinoamérica y del mundo a mediados del siglo XX.
Y para colmo, el espejismo de las supuestas virtudes por las que se pagaba tan alto precio, desapareció con el colapso de la URSS, dejando simple y llana miseria. Miseria en todos los sentidos de la palabra.
Se dice que en lo que está sucediendo hoy, tiene mucho que ver la entrada del internet móvil, que la férrea censura de décadas apenas dejó entrar en 2018, cuando por fin los avances y la modernidad le torcieron el brazo en este sentido.
La comunicación entre los ciudadanos ha sido clave para este grito de protesta, con el cual hasta el momento se han logrado ya algunas concesiones, amén de renuncia de funcionarios y, en el otro lado de la ecuación, un número creciente y aún no determinado de detenidos.
Si esta circunstancia significa el cierre definitivo de esa etapa histórica y el comienzo de una nueva circunstancia para esa querida patria hermana, el nuevo pacto social que emerja deberá estar empapado de libertades.
La plena realización personal de cada individuo no es negociable, y la conquista del bienestar de cada uno es lo que, sumado, da como resultado a un país robusto y sano. Eso y no menos, es lo que deseamos a nuestros hermanos de la Antilla Mayor. Ojalá este merecido destino esté muy cercano.