Cuando estamos completando el primer cuatrimestre de 2021, el panorama macroeconómico de Venezuela no es para nada halagador. Y sin duda, era algo que se podía prever a simple vista, ya que no es más que una consecuencia de la acumulación de numerosos errores que se arrastran desde hace mucho tiempo.
Lo que sí no era de prever es que el incremento de los casos de COVID-19 en nuestra tierra colocaran el panorama en una situación mucho más sombría. Y es que, desde que comenzó la pandemia, su impacto económico se ha hecho sentir en el mundo entero, empujando hacia cifras negativas altamente preocupantes a todos los indicadores.
Sin embargo, algunos países ya van de salida, no sin un duro trabajo y con números también bastante golpeados. Otros más resisten en este momento, tocando fondo y atravesándolo, para intentar llegar hasta la otra orilla con el menor daño posible.
Pero nosotros apenas estamos comenzando a calibrar los embates de la nueva ola del virus, en el marco de un panorama totalmente adverso que ya era altamente negativo antes de este nuevo imprevisto.
Para este 2021 y como consecuencia de la pandemia, el Fondo Monetario Internacional espera que la economía de Venezuela pierda un 10%de su tamaño. Según el mismo ente, desde 2013 el tamaño de nuestro universo económico se ha reducido en un 83,5%; lo cual explicaría el nivel de vulnerabilidad en el cual nos encontró la nueva e inesperada amenaza global. No estábamos preparados para enfrentarla, ni en lo financiero, ni en lo estructural ni en lo sanitario. Lo peor que podía pasarnos.
Todo esto sucede después de que, en el 2020, cuando la economía mundial presentó su peor comportamiento en décadas, el Producto Interno Bruto venezolano habría caído un 30%.
Hay que admitir que sí, que el revés definitivamente fue mundial. Es cierto. También es vedad que la cifra en negativo fue enorme para todos. Pero, para aquel momento, ya lo veníamos diciendo: una de las circunstancias más alarmantes del sostenido retroceso económico de Venezuela, es que nos dejaba en condiciones elevadamente vulnerables ante cualquier contingencia que fuera externa a nosotros. Y así está sucediendo.
Por si todo esto fuera poco, nuestra nación registraría también otro dudoso privilegio en 2021, y es que mientras para el resto del mundo se esperan repuntes este año frente a las caídas del período anterior por la pandemia, este será uno de los pocos países que siga en rojo, junto con otros como Myanmar (-8,9%), Bután (-1,9%) y Bielorrusia (-0,4%). Es decir, somos el país que presentará un mayor desplome durante este año, entre las monitoreadas por el organismo multilateral.
La misma fuente ha proyectado una inflación del 5.500% para Venezuela este año el siguiente, lo que nos consolidaría una vez más como el país con la mayor inflación del mundo, según se desprende de su último informe de previsiones macroeconómicas.
La institución señala como advertencia que sus proyecciones para la economía venezolana han de ser interpretadas con cautela ante la falta de información de las autoridades venezolanas. En este sentido, el organismo asegura que la última consulta sobre la economía del país bajo el llamado artículo IV, se realizó en 2004.
Por si fuera poco, se teme que la recuperación en los precios del mercado petrolero mundial, entre 2021 y 2022, podría no beneficiar a Venezuela en cuento a un posible incremento de sus ingresos.
El economista Rafael Quiroz, especializado en el área, lo declaró así al portal Descifrado, el cual fue citado a su vez por el sitio web de CESLA, Círculo de Estudios Latinoamericanos. Atribuye este revés a la desinversión, la falta de mantenimiento y personal técnico calificado, entre otras causas.
Es decir, ya ni siquiera podemos contar con el que por muchos años fuera el salvavidas de nuestra economía, que nos sonreía en coyunturas mundiales como al actual, cuando los precios escalaban.
¿Soluciones? Sí, las hay. Pero, ¿quiénes están dispuestos a implementarlas?
Sary Levy, a nombre de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, habló con el medio de comunicación europeo DW y resumió cuál debería ser el cambio de paradigma: “La necesidad de emprender cambios sustanciales, rompiendo con el modelo impuesto en este siglo, cuyas devastadoras consecuencias no dejan lugar a dudas del daño causado al nivel de vida de la ciudadanía”.
Tras dos décadas insistiendo en el error, el cambio debe ser un radical giro de 180 grados en la concepción de lo que es y debe ser la economía nacional. El asunto es que no se hizo en los momentos cuando nos encontrábamos en condiciones robustas para afrontarlo, y que ahora una suma de calamidades nos encuentra literalmente entre la espada y la pared.