Para los venezolanos, la Vinotinto no es solo un equipo de fútbol; es un fenómeno social que trasciende la política, la distancia y las dificultades cotidianas. Cada partido de la selección nacional se transforma en un espacio de encuentro y alegría, donde las diferencias se diluyen y emerge una pasión común que nos recuerda lo que significa ser venezolanos.
Esta semana, la expectativa era máxima. Venezuela dependía de sí misma para disputar la repesca al Mundial de 2026. La emoción se sentía en las calles, en los hogares, en los bares y plazas del país y de la diáspora.
Sin embargo, la ilusión se desvaneció en el Monumental de Maturín. Con un Luis Suárez imparable anotando un póquer, Colombia derrotó a Venezuela 6-3. La Vinotinto abrió el marcador a los tres minutos con un gol de Telasco Segovia, y Josef Martínez amplió la ventaja antes del empate de Yerry Mina.
La emoción inicial se convirtió en decepción cuando Suárez convirtió cuatro goles en apenas 25 minutos, y Bolivia se aprovechó de la situación para arrebatarle el séptimo lugar tras vencer 1-0 a Brasil. Aunque Salomón Rondón logró descontar y Jhon Córdoba cerró la cuenta para Colombia, el sueño del repechaje se desvaneció. Venezuela terminó octava con 18 puntos.
Pero más allá del resultado, lo que realmente resalta es la pasión que despierta la Vinotinto. Desde hace años, la selección se ha consolidado como un factor de unión, capaz de activar una afición intensa y comprometida.
En cada partido, los venezolanos se olvidan de las diferencias políticas y sociales; se reúnen para celebrar, para sufrir juntos, para compartir un sentimiento común. Este fenómeno tiene un valor que va más allá del deporte: es un laboratorio de cohesión social, una muestra de que podemos unirnos en torno a un propósito común.
El fútbol ha dejado de ser un mero entretenimiento. Las calles se visten de vinotinto, los himnos se cantan con fervor y los colores de la camiseta se convierten en un emblema de identidad nacional.
La Vinotinto genera emociones que nos recuerdan lo que podemos alcanzar cuando compartimos alegría y esperanza. Incluso en la derrota, la pasión por el equipo se mantiene intacta, y esa fuerza emocional tiene un potencial enorme: es la base para la construcción de una Venezuela más unida, donde las coincidencias y los valores compartidos importen más que las diferencias.
La selección también es un vínculo poderoso con la diáspora. Venezolanos en Miami, Madrid, Bogotá y otras ciudades se congregan para ver los partidos, cantando el himno con lágrimas en los ojos, recordando sus raíces y reforzando un sentido de pertenencia que trasciende fronteras. La Vinotinto conecta a todos los venezolanos, sin importar dónde estén, y nos recuerda que nuestra identidad común es más fuerte que cualquier distancia o adversidad.
Este vínculo emocional es también una oportunidad. La pasión que despierta la Vinotinto puede ser un motor para la construcción de una sociedad más cohesionada. El país necesita símbolos que nos unan, y el fútbol se ha convertido en uno de ellos. Cada victoria o derrota compartida fortalece la idea de que podemos encontrar puntos de encuentro, de que la comunicación y la solidaridad son más valiosas que el conflicto y la división.
Incluso en momentos de frustración, como el reciente partido contra Colombia, el fenómeno de la simpatía por la Vinotinto demuestra resiliencia. La alegría de apoyar a la selección, de celebrar sus goles y de compartir la emoción con otros compatriotas, es un recordatorio de que la vida puede ser mejor cuando nos enfocamos en lo que nos une.
Esa emoción compartida es un terreno fértil para sembrar los valores que podrían dar forma a una nueva Venezuela: un país donde los logros colectivos se celebren y donde las diferencias se resuelvan desde la comprensión y el respeto mutuo.
Por eso, más allá de los resultados deportivos, la Vinotinto sigue siendo un faro de esperanza. Sus partidos generan momentos de encuentro, activan la fanática pasión de los venezolanos y nos muestran que podemos celebrar juntos, sentirnos parte de algo más grande y soñar con un futuro mejor.
El fútbol, entonces, nos enseña una lección que va más allá del terreno de juego. Nos recuerda que, aunque los desafíos sean grandes, hay algo que siempre puede unirnos: nuestra pasión compartida, nuestra capacidad de emocionarnos y nuestra voluntad de soñar juntos.
En un país que necesita razones para creer, la Vinotinto sigue siendo una de las más claras: un equipo que nos une, nos inspira y nos recuerda que, juntos, podemos construir una Venezuela donde la cooperación, la celebración compartida y el orgullo nacional pesen más que cualquier diferencia.