Mientras recorremos la Miranda profunda, como siempre solemos hacerlo desde hace unos años, descubrimos la desconexión que existe entre la ciudadanía y la política que se ha venido haciendo en las últimas décadas. Una realidad innegable y que se ha hecho cada vez más evidente.
En una región que debería ser el corazón palpitante del activismo y la participación, encontramos un panorama desolador: el 90% de los ciudadanos se muestra ajeno a los debates políticos y a las decisiones que marcan el rumbo del país.
Esta desconexión no surge de la apatía o la indiferencia, sino de una urgencia mucho más básica y apremiante: la lucha diaria por la subsistencia.
En las comunidades que visitamos, la política lucha por abrirse espacio para ser un tema de conversación. Hay conciencia de que su peso es medular en los inconvenientes que la ciudadanía padece, pero también está arropada por la discusión sobre cómo resolver las necesidades apremiantes.
Y corre el riesgo de quedarse en el tintero, cuando nos urge que la pongamos arriba en la lista de prioridades si queremos empujar soluciones.
En nuestras conversaciones por las calles mirandinas, la preocupación principal es cómo poner comida en la mesa, encontrar las medicinas necesarias y cubrir las necesidades más fundamentales. Ese es el común denominador de las razones que empujan al venezolano a la calle día tras día.
Cada jornada es una batalla constante por sobrevivir en un país donde la calidad de vida se deteriora a pasos agigantados debido a la precariedad de los servicios públicos.
El agua potable, la electricidad, el transporte y la atención médica son deficientes a niveles que no dejan espacio para que la ciudadanía piense en su rol político, al estar ocupados resolviendo la ausencia de servicios que en otras naciones se dan por descontados en pleno siglo XXI.
La pregunta que surge de manera inevitable es: ¿quién acompaña a estas miles de comunidades que necesitan tanta ayuda? La respuesta, lamentablemente, es que muy pocos lo hacen.
La clase dirigente que ha protagonizado lo que va de siglo parece ensimismada en contemplar su propia imagen en el espejo, desconectada de la realidad cotidiana de los ciudadanos.
El liderazgo en ejercicio se ha enfrascado en un juego de tronos que poco tiene que ver con las urgencias inmediatas de la gente. Mientras tanto, las organizaciones de la sociedad civil, aunque valiosas y comprometidas, no siempre logran llegar a todos los rincones donde se necesita de su apoyo, ya que ellos también han convertido su cotidianidad en una carrera de obstáculos perenne.
La desconexión de la política que la gente ha manifestado en los últimos tiempos no es un rechazo deliberado, sino la consecuencia de un contexto donde la supervivencia es lo primero.
Cuando el día a día se convierte en una carrera para conseguir alimentos y medicinas, cualquier otra preocupación se vuelve secundaria. Los ciudadanos sienten que no pueden darse el lujo de participar cuando están ocupados resolviendo problemas urgentes.
Es crucial entender que esta desconexión no debe interpretarse como una falta de interés o de responsabilidad cívica. Al contrario, refleja una profunda desesperanza y un sentimiento de abandono.
La ciudadanía siente que la política no ofrece soluciones reales a sus problemas y que sus voces no son escuchadas. Este vacío de apoyo refuerza la idea de que la política es un lujo, inaccesible para quienes están sumidos en la necesidad.
Pero hay oportunidades, y vamos a verlas. Para cambiar esta realidad, es necesario un esfuerzo conjunto que vaya más allá de la simple retórica política.
Se requiere de acción. Esta tiene que ser coordinada por el liderazgo que pretenda emerger en este momento definitorio, que se debe hermanar con organizaciones no gubernamentales y la ciudadanía en masa, para luchar por mejorar las condiciones de vida de los venezolanos.
Solo entonces, cuando las necesidades estén cubiertas y la calidad de vida mejore, podremos comenzar a trabajar, liderazgo y venezolanos, por un piso político estable, que brinde institucionalidad, prosperidad y futuro. Pero sobre todo, que el presente deje de ser una penitencia para convertirse en una oportunidad.
En definitiva, la desconexión es síntoma de una crisis más profunda. Mientras la lucha por la subsistencia siga siendo la prioridad, la política seguirá alejada de la mayoría de los ciudadanos.
Pero hoy es la oportunidad para enganchar y enamorar a la gente de la posibilidad de cambio, para que hagan el titánico esfuerzo de participar a la par de luchar contra las adversidades cotidianas.
Al restablecerse la confianza en las instituciones y en el sistema, podremos cerrar la brecha que separa a los venezolanos de su participación activa en la vida del país.