Han pasado ya 24 años desde aquel fatídico 16 de diciembre de 1999, el día en que el estado Vargas, acunado entre la Cordillera de la Costa y las aguas caribeñas de Venezuela, se vio devastado por una tragedia inimaginable. La memoria colectiva aún persiste en recordar aquellas imágenes de poderosas aguas desbocadas, de las gigantescas rocas que se precipitaron desde la montaña a velocidades insólitas y que arrasaron con casas, edificios, automóviles y vidas. Hasta el día de hoy nos persigue el luto de un número incalculable de vidas perdidas. Sin embargo, entre las sombras de aquel desastre natural, se yergue una interrogante incómoda pero necesaria: ¿podría haberse evitado parte de esta tragedia? ¿Podríamos al menos haber salvado un número significativo de vidas? Durante la víspera de este desastre que marcó la historia venezolana, se celebraba un evento igualmente importante e histórico: el Referéndum Constitucional de 1999. Se trataba de una consulta realizada el miércoles 15 de diciembre de 1999, impulsada por el entonces presidente Hugo Chávez, que tenía como fin aprobar o no el texto del proyecto de constitución redactado previamente por la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela de 1999 que se había instalado en Venezuela ,tras los resultados del referéndum constituyente de abril de 1999 que permitieron iniciar el procedimiento para redactar una nueva constitución. La inminencia de las lluvias torrenciales y los indicios de deslizamientos deberían haber detenido esta consulta. Las advertencias de evacuación eran claras, se venían dando desde hace días por la antigua Defensa Civil, hoy Protección Civil. Y más allá de eso, las señales alarmantes estaban a ojos vistas de la ciudadanía: lluvias persistentes desde los primeros días del mes, deslizamientos de tierra e inundaciones focalizadas en número creciente. Pero la agenda política prevaleció sobre la prudencia y la sensatez. El precio ya lo sabemos. El despliegue de recursos y tiempo destinados al el referéndum pudieron haber sido redirigidos hacia la salvación de vidas. Se debió decir claramente que la consulta comicial estaba suspendida y destinar tiempo, recursos y espacio de propaganda a alertar a la población sobre la urgencia de abandonar las zonas que estaban en creciente riesgo. Los contingentes militares destinados a los centros electorales se ha debido redirigir a la evacuación de potenciales víctimas civiles. ¿Cuántas vidas podrían haberse salvado si se hubiera pospuesto esa consulta? ¿Qué hubiera sido de Vargas si se hubiese aceptado la ayuda internacional que se ofreció desde Estados Unidos para la recuperación del lugar? El post-desastre vio nacer un paisaje ambiguo en Vargas. Se han levantado bulevares, esculturas y nuevos establecimientos, sin embargo, estos cosméticos urbanos no reflejan la realidad de fondo. ¿Dónde están las fuentes de empleo? ¿Cuál es la calidad de vida de los habitantes de este estado que aún siente el peso de la tragedia? La falta de infraestructura y oportunidades son secuela de aquella tragedia. Vargas, un lugar que debería ser un ícono turístico latinoamericano, se ve privado de su potencial. Un puerto y un aeropuerto, antes generadores de empleo y riqueza, languidecen en el olvido. El luto por los hijos perdidos entre la montaña y el mar persiste, pero se suma el pesar de estar lejos de la recuperación plena tras la catástrofe. La negligencia y la apatía se han arraigado en este territorio, superando el poder destructivo de un deslave. La Tragedia de Vargas no se limita a las vidas perdidas en 1999, se extiende en la desatención constante que ha sumido a esta región en un estado de abandono. Es una herida que no ha cicatrizado, una oportunidad perdida. En la balanza del progreso, Vargas se convierte en una de las mayores oportunidades desperdiciadas. El potencial de su paisaje calla ante la falta de inversión, desarrollo y compromiso con su reconstrucción. La lección de esta tragedia no debería perderse. Es un recordatorio latente de la importancia de la prevención, la inversión en infraestructura y la priorización de la vida humana sobre las agendas políticas. La memoria de Vargas clama por justicia y reconstrucción, no solo de sus calles y edificaciones, sino también de sus sueños y oportunidades. El compromiso hacia Vargas no debería limitarse a la estética de sus avenidas principales; debe extenderse hacia la creación de empleos dignos, el desarrollo económico sostenible y la mejora significativa en la calidad de vida de sus habitantes. Solo entonces podrá esta región costera renacer y dejar atrás el peso de una tragedia que no solo se vivió en un día, sino que continúa marcando el destino de sus habitantes día a día.