Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el Día Mundial del Agua se celebra anualmente todos los 22 de marzo, como un llamado para centrar la atención en la importancia del agua dulce y abogar por la gestión sostenible de los recursos de este bien vital.
Este organismo internacional nos está alertando a tomar con urgencia medidas para hacer frente a la crisis mundial de este recurso, la cual se agrava con el incremento de la población y el aumento de las temperaturas en el planeta.
Lo cierto es que, al día de hoy, 1 de cada 4 personas (2 mil millones de personas) en todo el mundo carecen de agua potable segura.
Para empeorar aún más el asunto, más de 1,4 millones de personas mueren anualmente y 74 millones verán acortada su vida a causa de enfermedades relacionadas con el agua, el saneamiento y una higiene deficientes.
Si el suministro seguro de agua potable corriente a través de tuberías es un asunto de alta preocupación en todo el planeta, el nivel de inquietud al respecto se multiplica exponencialmente entre los venezolanos.
Y cabe preguntar cuántos de nuestros compatriotas se verán afectados por las desgracias enumeradas más arriba.
No hay que ahondar mucho en la explicación de este dramático cuadro a quienes vivimos en el país. Todos lo hemos vivido y todos padecemos en nuestra cotidianidad, en mayor o menor grado, la cotidiana irregularidad que los venezolanos sufren en el acceso al agua.
Cabe destacar que, en algún momento, la capacidad instalada de infraestructura de acueductos en Venezuela, –incluyendo embalses, plantas y sistema de tuberías– logró alcanzar una disponibilidad de 350 litros por persona al día de agua potable. Sin embargo, como producto de la desinversión y la falta de mantenimiento, el sistema ha sido sometido a un prolongado deterioro que debilitó sus estructuras y funcionamiento.
Lo cierto es que, en la Venezuela actual y según diversas fuentes, el 90% de la población está siendo afectada por deficiencias de acceso al agua potable. Al menos 19,1 millones de personas han reportado en los últimos tiempos interrupciones severas en el suministro del servicio o carencia absoluta de conexión al sistema de acueductos.
Debido a estos elevados niveles de falla, el 75,9% de la población debe recurrir a fuentes alternativas para abastecerse. Además, el 82% de la población está expuesta al consumo de agua no potable como consecuencia de la falta de cobertura de plantas de tratamiento operativas.
No es posible que la responsabilidad del suministro de este recurso a los hogares tenga que quedar en manos de los ciudadanos, quienes tienen que ingeniárselas contratando camiones cisternas, a costos que son prohibitivos para la mayoría de la población.
Tampoco podemos pretender que la solución sea que los hogares tengan que colocar tanques adicionales, pagándolos de su propio bolsillo. Una solución que es por demás un paño caliente, ya que solamente posterga los inconvenientes de la falta de suministro, que se deberán enfrentar de nuevo si el tanque se vacía y no se recibe el líquido.
Esta es una costumbre que también deja de manifiesto las desigualdades que se viven en el país, ya que no todos pueden darse el lujo de pagar un tanque adicional, por lo cual quienes tengan los medios tendrán más acceso al agua que quienes no los tengan.
Otras alternativas, como comprar agua embotellada o recogerla de los ríos y arroyos cercanos, son igualmente degradantes e irrespetuosas hacia la ciudadanía. Hay que apuntar también que esta situación es especialmente crítica en zonas rurales y de bajos recursos.
Es increíble que esto suceda en un país cuyos recursos hídricos aprovechables se estiman en el orden de 93 millones de metros cúbicos al año en relación a las aguas superficiales, y 22,3 millones de metros cúbicos al año en las aguas subterráneas.
El Orinoco es además el tercer río más caudaloso del mundo, con una superficie cercana al millón de kilómetros cuadrados, y tiene una presencia en el 65% del territorio.
Adicionalmente en el país fluyen al menos un centenar de grandes ríos, cuyas cuencas abarcan más de mil kilómetros cuadrados, dentro de los cuales se pueden destacar el Caroní, Caura, Apure, Meta, Ventuari, Portuguesa, Santo Domingo, Uribante y Chama entre otros.
En conclusión, el asunto no es por falta del líquido, porque lo tenemos y de sobra, a diferencia de otras naciones que ostentan problemas de suministro similares al nuestro, pero que se los deben a la extrema escasez de agua en su territorio.
Una vez más es un asunto de gerencia, de administración, de profesionalismo y de voluntad. La solución está allí, solamente falta implementarla. ¿Cuándo y cómo sucederá? Eso es lo que está por verse.