Entre los libros que mandaban a leer a nuestra generación en los grados superiores de educación, no podía faltar el célebre “1984”, de George Orwell. Fue escrito en 1948 y se trataba de una aterradora distopía futurista, que el autor ubicó en el año de 1984 al invertir los dígitos del año de su creación.
Ese país ficticio se denominaba Oceanía. Gobernaba un modelo de control que no solamente copaba todos los poderes de la sociedad, sino también todos sus resquicios y rincones, agobiando al ciudadano y aceitando siempre una poderosa maquinaria propagandística que hiciera creer a los habitantes que todo iba supremamente bien y que tenían un terrible enemigo externo, del cual el gobierno se encargaba de protegerlos.
En medio de esta historia ficticia, se podían identificar numerosas realidades que se han repetido una y otra vez en la historia de la humanidad. Por ejemplo, a todo se le daba un nombre opuesto a lo que era en realidad.
De esta manera, los llamados ministerios de la Verdad, de la Paz, de la Abundancia y del Amor, se encargaban exactamente de lo contrario que sus nombres indicaban: el de la Verdad se ocupaba de construir intrincadas ficciones que escondieran lo que sucedía realmente; el de la Paz aupaba una guerra perenne que era un negocio para muchos; el de la Abundancia administraba la escasez y el racionamiento; mientras el del Amor sembraba el odio, como una herramienta que sirviera para aplastar al opuesto y ejercer todo el poder posible sobre él.
Aunque no lo conozcamos por este nombre, parece que en nuestro país tenemos un muy eficiente Ministerio de la Verdad, en la mejor onda orwelliana.
Es así como, a través de toda la red informativa oficialista y sus respectivos voceros y resonadores, se repiten mil veces –para intentar convertirlo en verdades- mentiras tan descaradas como la muy manoseada “Venezuela se arregló”, que ha terminado por convertirse en un objeto de burla mundial.
Para muestra un botón: el referencial precio del dólar, según el marcador oficial del Banco Central de Venezuela, estaba en 9 bolívares para la primera semana de noviembre de 2022. Sin embargo, cierra enero a 22,37 de acuerdo a la misma fuente. Más del doble en menos de 2 meses.
Un viejo dicho reza: “Si siempre haces lo que siempre has hecho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido”. Reincidir en rebautizar a la moneda, quitarle ceros y cambiarle el nombre, son espejismos dignos de la novela de Orwell, que intentan hacer creer a la gente que se está trabajando en el problema; pero que al final arrojan inevitablemente la realidad que intentan esconder a los ojos de quienes la sufren y la padecen.
A esto se suma que el salario mínimo de 130 Bs. se reduce a menos de $6 al mes, con la galopante devaluación. Para completar el cuadro, el Cendas-FVM anunció en enero que la Canasta Alimentaria Familiar de diciembre de 2022 se ubicó en $485,06. Es decir, se necesitan más de 80 salarios mínimos para cubrirla.
El abismo entre lo que se gana y lo que se gasta es insalvable para 9 de cada 10 venezolanos. Eso no se esconde con campañas de influencers pagados que aparentan independencia, pero se alinean descaradamente con “La historia oficial”, para recordar el título de una antigua y premiada película argentina.
La guinda de la torta es que, según el Observatorio Venezolano de Finanzas, la inflación en el país fue de 305,7% el año pasado. Esto nos hace quedar como el segundo país más afectado en todo el planeta por el fenómeno inflacionario. Solamente nos supera Zimbabue, con 336%. Esto no suena por ninguna parte a que Venezuela se haya arreglado.
También nos quieren hacer creer que el sistema de gobierno actual es imposible de derrotar en unas elecciones libres.
Esta es quizá la mentira más elaborada, precisamente por falsa y también porque saben que, si la mayoría de los venezolanos tienen la certeza de que lo opuesto es la verdad, entonces se abrirán las compuertas hacia un cambio ansiado y necesario, pero también posible.
Un cambio que sí traerá la prosperidad, la paz, la reconciliación, la justicia, el regreso de los que se fueron y que sanará por siempre las heridas que nos han quedado como nación después de tantos años de catastróficos desaciertos padecidos por los ciudadanos.
El gentilicio venezolano exige recuperar la dignidad, la alegría, la felicidad y la prosperidad. La gente está consciente de que son sus derechos y están dispuestos a ir a por ellos, como bien lo han demostrado los recientes pronunciamientos públicos de los más diversos gremios profesionales, que han sido degradados moralmente hasta lo inaceptable.
Lo mejor es que el venezolano sabe la verdad y no deja de creer. Y, además, no acepta que ninguna mentira repetida mil veces se convierta en verdad.