Con la cercanía de las fechas navideñas, los venezolanos siempre hemos tenido la ilusión de lo que sería el pago de los bonos de Navidad, mejor conocidos popularmente como aguinaldos.
Tristemente, esa es otra más entre las numerosas tradiciones que han resultado torpedeadas por la estrepitosa pérdida del poder adquisitivo en el país.
No hay que ser muy mayor que digamos para recordar la creciente alegría que se sentía al acercarse estas fechas, porque significaban celebración y encuentros entre familiares y gente querida, en el marco de una festividad de enorme significado para la fe de las mayorías.
Hace poco más de 20 años, el día del pago de aguinaldos se constituía en una fiesta verdadera fiesta nacional. Se celebraba con un almuerzo con los compañeros de trabajo, incluso se celebraban intercambios de regalos o el famoso “amigo secreto”.
Por los mismos días se iba a las tiendas de electrodomésticos, para renovar alguno de los aparatos de la casa por otro de última generación. Podía ser la nevera, el televisor, la lavadora o la licuadora.
Al salir de compras, se adquirían las hojas y los ingredientes de las hallacas, para disfrutar haciéndolas en familia, en un ritual que convocaba a todas las generaciones de la casa.
La cena navideña, así como la de Año Nuevo, era abundante y generosa. Había pan de jamón, pernil, ensalada de gallina, dulce de lechosa y ponche crema.
Y no hablemos de los regalos para los chamos, que siempre se salían con la suya para conseguir el obsequio que tanto anhelaban. Incluso alcanzaba para unos días de vacaciones, de ir a visitar familiares o de disfrutar un fin de semana largo en alguna de nuestras atracciones naturales.
Y es así como caemos de platanazo en la aplastante realidad actual. Con lo que se pretende llamar aguinaldos hoy, ¿qué se puede hacer?
Comencemos por el muy criticado esquema de pagos en cuatro partes de las utilidades de fin de año a millones de trabajadores del Estado. La idea, según se ha colado en algunas declaraciones, sería evitar que se disparen la inflación y el tipo de cambio, como consecuencia de las compras simultáneas de numerosas personas.
No solamente se trata de una idea descabellada y sin base. Se trata también de una propuesta cruel. Que los trabajadores no puedan tener en sus manos y de una sola vez lo que les corresponde por sus servicios, en una fecha de tanta trascendencia para los venezolanos, es algo francamente imperdonable.
Esto significará sencillamente la pulverización del poder adquisitivo, ya de por sí escaso, de este bono tan esperado como necesario, que ahora se dedica a poner al día algunas deudas y a hacer reparaciones impostergables. Ya está muy lejos de alcanzar para obsequiar a la familia y a los amigos en los días navideños.
Esta bonificación de por sí alcanza para muy poco. Cuando se reciba la última de las cuatro fracciones, no servirá para nada.
Solamente se está provocando una angustia más al ya extremadamente atormentado ciudadano, al demoler aún más la menguada capacidad de compra, además de generar un daño en su ánimo, por tratarse de una fecha con esa significación.
La inflación viene de la escasa productividad del país ante la demanda de productos y servicios que no puede ser satisfecha. Y esto sucede porque se le quebró el espinazo al aparato productivo nacional hace mucho tiempo, a punta de satanización, persecuciones y desestímulo.
Cualquiera que tenga dos dedos de frente, sabe que la solución al problema inflacionario no es gastar menos, sino producir más. Porque lo contrario sería como afirmar que hay que someter a la gente a la pobreza, para que no gaste y así no se disparen los índices inflacionarios.
Por estar poniendo el carro delante de los caballos fue que tuvimos el ciclo hiperinflacionario más alto de la historia mundial y es por ello que el monstruo sigue vivo.
Por lo que vemos, no hay posibilidad de diálogo, de negociación, de discusión ni de reconsideración de toda una serie de políticas extremadamente erradas que nos han colocado a los venezolanos contra la pared y que nos mantienen allí tras años de reveses.
Lo que se está haciendo sencillamente es intentar correr la arruga una vez más, a costa del sacrificio de la gente y para que, al final, nada salga bien. La inflación seguirá adelante porque se siguen cometiendo los mismos errores, porque no cambia nada, porque si se continúa haciendo lo mismo, los resultados serán siempre iguales.
No habrá Navidad ni fecha alguna de paz hasta que no se ponga como verdadera prioridad a la gente, se renuncie a los egos y a la terquedad y se haga lo que se tiene que hacer. En caso contrario, no habrá salario, aguinaldo ni bono que no se convierta en sal y agua.