«Inservibles»

El deterioro de la calidad de vida en el país ha convertido la cotidianidad de los venezolanos en un calvario perenne. Tanto es así que el mismo gobierno ha llamado a “recuperar” los servicios de agua, electricidad, gas y telecomunicaciones, sin hacer mención alguna de bajo cuáles manos se deterioró.

Y, por si fuera poco, la demanda aumenta con el crecimiento de la población, mientras el colapso avanza rampante por una razón muy sencilla: falta de mantenimiento.

Por supuesto, nadie cree en estos llamados a la recuperación, que tantas veces hemos escuchado, sin que jamás se materialicen. La escasa inversión se va en trapos calientes para reparar las fallas; mientras que de una expansión o crecimiento no hay ni rastros. Por supuesto, de una pretendida mejora en la calidad del servicio es mejor ni hablar.

En un país donde se ofrecieron todos los servicios en forma gratuita o supuestamente pagando las tarifas más baratas del mundo, no se podía esperar otra cosa sino un nivel ínfimo de eficiencia. Y eso lo pagamos restándonos nuestra propia tranquilidad.

Es insólito que, en la tercera década del siglo XXI, sea un lujo el pretender contar con un servicio permanente de agua corriente y potable. Y no estamos hablando de una nación que tenga el infortunio de estar ubicada en un desierto, como puede suceder en muchas de otros continentes, sino de un país con abundantes recursos hídricos, los cuales podrían estar al servicio de la ciudadanía si hubiera una administración responsable que se hiciera cargo de eso.

Es así como en Caracas, una simple ducha es un lujo, por las constantes fallas en el servicio del Sistema Tuy III. Y eso para no hablar de lavar la ropa, fregar los platos o hacer la limpieza del hogar.

Las excusas son siempre un reciclar de los mismos pretextos, que saltan indistintamente de las fallas a las reparaciones y luego vuelta a comenzar. A los recientes cortes del 17 de este mes, hay que sumar los anteriores en febrero, marzo y julio, entre los más importantes.

Rafael Rodríguez, coordinador del Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, afirmó el 7 de abril que el agua potable es un servicio muy limitado. De acuerdo con una investigación que realizó la organización, solo el 27 % de los venezolanos recibe el suministro diariamente.

En algunas regiones 90 % de los encuestados tiene que almacenar agua inclusive para más de cinco días. “Las personas recogen agua porque están conscientes que el agua no llega ni va a llegar con frecuencia”, explica el vocero.

Con el agua, igual que con otros tantos servicios, ha ocurrido en Venezuela la desgracia angular de nuestra historia: está en manos de un Estado hipertrofiado, que pretende controlar todo, saberlo todo y que al final todo termina haciéndolo mal.

Es también el caso de todo lo vinculado a la empresa de comunicaciones del Estado, CANTV. Su servicio ABA es lo más parecido a no tener nada, porque es más tiempo el que dura sin funcionar que el que realmente trabaja.

Por ejemplo, vecinos del sector Santa Paula de El Cafetal denunciaron recientemente que la telefónica estatal los dejó sin teléfono ni internet, tras realizar supuestos trabajos de instalación de fibra óptica. El apagón comunicacional duró más de una semana.

Y si vamos a hablar de transporte, muy lejos quedaron aquellos tiempos en los cuales los caraqueños se sentían orgullosos de su Metro, que era el más moderno del mundo. Como dijera en un tweet el director teatral Héctor Manrique “Uno entraba y sentía que era posible soñar con la excelencia”.

Las anécdotas más recientes son caóticas riñas, de luces quemadas, de escaleras mecánicas inservibles y de inundaciones que se suman a los habituales retrasos y al colapso por la cantidad de gente o escasez de trenes, depende de cómo usted lo vea. Eso, sin contar con la sensible escasez de personal. Ya no es “La gran solución para Caracas”, como decía su lema original. Más bien ha terminado por convertirse en un gigantesco problema, un cangrejo de mil patas, al cual no hay por dónde entrarle.

Es el viejo y desprestigiado truco de prometer a la gente lo que quiera para hacerse con el poder. Después, como vaya viniendo vamos viendo, según decía un personaje famoso de la televisión hace unos cuantos años.

Pero poco a poco se acaban los trucos dentro de la manga, el barniz se cae y deja ver el deterioro, la incapacidad sale a flote. Si con algo ha pagado el venezolano inocente el gran desacierto histórico que atravesamos, es con la pérdida absoluta de su paz y tranquilidad.

Para colmo, fue muy fácil vender la falacia de que todo debía ser gratis o a precios irrisorios para pretender ganar la voluntad de la gente, cuando esa era una mentira que no sería sostenible en el tiempo y que se iba a desplomar, como desde hace rato nos sucede.

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