El gobierno se encuentra haciendo fiesta en estos días, ante una supuesta proyección de crecimiento económico de 10% en este año 2022. Lo que no se dice es que este crecimiento es posible solamente si se toman las decisiones adecuadas y se ejecutan las acciones correctas. Nos preguntamos: ¿será posible? Ante lo vivido en los últimos años, nos permitimos ser tremendamente pesimistas.
No se menciona, por ejemplo, que caímos en un 80% en los últimos 8 años. Se trata de un desplome de la economía jamás visto en una nación que no haya sido azotada por un desastre natural o devastada por una guerra.
No hay voluntad política, no se tiene al personal adecuado, se carece del conocimiento necesario. Además, las decisiones se toman de acuerdo a objetivos y agendas que nada tienen que ver con el bienestar de la colectividad.
¿Que ha habido cambios? Sí, pero han sucedido por accidente, por consecuencia de errores que se hizo imperativo corregir.
Este es el caso de la dolarización de facto de la economía, que de alguna manera ha contenido la inflación en una forma muy relativa. Pero esa dolarización, finalmente reconocida a la fuerza por quienes hoy administran al país, sucedió como una consecuencia de la debacle de nuestra moneda.
Se habla incluso del insólito caso de que Venezuela tiene hoy una llamada “inflación en dólares”, que no es sino una manera elegante de decir que, aunque paguemos en la divisa estadounidense, los precios siguen subiendo.
¿A qué se debe esto? A lo que desde siempre se ha intentado negar desde la dirigencia oficialista: la terca ley de oferta y demanda. Si no se produce, sin no se abastece el mercado con bienes y servicios suficientes, los escasos que haya disponibles se van a disparar en precio. Se pague en la moneda que se pague.
Sencillamente, un país que tiene fracturado su aparato productivo no va a encontrar manera de atajar los precios, mientras siga acorralado en este callejón sin salida.
Algunos se vanaglorian de que la inflación se haya logrado reducir. Eso parece un logro si se le compara con la hiperinflación que asoló al país por años. No basta con que se vaya. Todos estos años han dejado un profundo daño en la economía y nos han alejado de la esperanza de reconstruir nuestro aparato productivo.
¿Cual es la verdad al respecto? Según dijo a la agencia internacional de noticias AFP el economista José Manuel Puente, profesor titular del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), «Salimos de la hiperinflación, pero las altas y persistentes inflaciones van a continuar por más tiempo. Es posible que termine siendo igual la más alta del mundo este año».
La inflación de junio, por ejemplo, es mayor al promedio de toda América Latina en un año. El Observatorio Venezolano de Finanzas reflejó una inflación interanual para el mes de junio de un 170%, si la comparamos con el mismo período del año anterior.
Sí, hay factores que ayudan. El aumento de los precios petroleros, por ejemplo. Una vez más, es un factor externo y no trabajado por nadie desde aquí, el que viene a sacarnos los pies del barro. Si no fuera por la invasión de Rusia a Ucrania, no podríamos estar presenciando este pequeño milagro.
El deterioro de nuestra industria petrolera nos permite sacar mucha menos ventaja de lo esperado de esta circunstancia adversa, que en otros tiempos nos hubiera favorecido mucho más.
Antes éramos productores confiables y abundantes de petróleo, lo cual ha mermado dramáticamente. El deterioro de las instalaciones y la migración del personal especializado son apenas dos entre las muchas circunstancias adversas que nos hacen ser mucho menos competitivos de lo que éramos en años anteriores.
Lo cierto es que Venezuela tendría capacidad de crecer hasta un 30% anual con el manejo adecuado. Con una gerencia correcta de nuestro recurso petrolero, que permitiera recuperar la confianza a lo interno y lo externo del país.
Con la reactivación del campo, de nuestras privilegiadas tierras y de nuestros trabajadores dispuestos a echarle ganas, que podrían abastecer sobradamente de alimentos al país a precios que resulten asequibles para la población gracias a la abundancia de oferta y suministro.
Con el turismo, ese magnífico gigante dormido de nuestra ubicación geográfica privilegiada y nuestras maravillas naturales, que tiene que apuntalarse con la infraestructura adecuada y un personal formado en el servicio eficiente al visitante.
Con la reactivación de actividades menguadas como la banca, el crédito y la construcción, que son motores de todas las economías y que fueron satanizadas, en lo que ha sido el error más garrafal de nuestra historia.
La conclusión es lapidaria: si no se cambian actitudes y conductas, la recuperación y el crecimiento se quedarán en simples fantasías.