Este mes de julio de 2022 nos encuentra con una realidad que era absolutamente inimaginable hace apenas unos pocos años atrás: Venezuela está totalmente dolarizada. A estas alturas, la moneda estadounidense ha permeado verticalmente a nuestra sociedad y ya es común que se hagan operaciones con ella a plena luz del día, para prácticamente cualquier bien o servicio.
Y no deja de ser increíble, porque hasta no hace nada estaba penalizado negociar con la divisa proscrita. Había, y muchos lo recordarán, desde multas y otras sanciones económicas, hasta penas de prisión.
Pero la gente lo hacía por debajo de la mesa, como única medida posible de supervivencia ante una economía fuera de control, que pulverizaba la moneda y el salario.
El satanizado dólar, proscrito por 15 años en Venezuela, finalmente comenzó a circular a cielo abierto en 2019, cuando la dictadura de la realidad económica obligó a aflojar los nocivos controles de cambio y de precios reinantes durante toda una era.
La hiperinflación se llevó por delante todo ese tinglado antiimperialista. Nadie pudo torcerle el brazo al criminal billete verde y, muy por el contrario, fue este quien le torció el brazo al autodenominado socialismo del siglo XXI.
Para 2012, se calculaba que las transacciones en dólares no alcanzaban al 5 % del total. Hoy, han trepado hasta el 64,8 % de las operaciones, según los datos que maneja la firma de análisis financiero Ecoanalítica.
Ya no es privilegio de ricos ni de quienes viajan afuera. No hay rincón de esta patria tan golpeada donde no haya circulado uno de esos billetes verdes, tan odiados y tan perseguidos a la vez. El rojo-rojito sucumbió ante el verde-verdecito.
Podríamos decir que la capitulación de la administración actual al más emblemático símbolo del capitalismo, es la tragedia perfecta.
Se le estigmatizó y se le persiguió mientras se negociaba vorazmente con él tras bastidores. Se responsabilizaba a Estados Unidos de todos los males del planeta. Mientras tanto, su signo monetario desplazaba a las deidades de muchos santuarios. Las velas han terminado siendo para alumbrar el rostro de George Washington.
Es la tragedia que se repite una y otra vez con los populismos en América Latina: cuanto más antiimperialistas son, más acaban dependiendo del dólar. Ahora incluso se permiten las cuentas bancarias en divisas y cada vez más el sector privado paga sus sueldos en ese signo.
Los precios marcados en casi todos los comercios, así como los de los vendedores informales están en la moneda yanqui, aunque el 42 % de los venezolanos no tiene acceso al ansiado dólar, según un estudio hecho por Datanálisis en octubre pasado.
Entonces, estamos en las fase más salvaje que pueda haber visto capitalismo alguno en el mundo. Porque el capitalismo salvaje real es que los precios se marquen en una moneda a la cual no todo el mundo tiene acceso.
Capitalismo salvaje es también tener que pagar precios internacionales por los productos, ya que no producimos nada y todo es importado. A eso hay que agregar que muchas veces los precios son incluso superiores a los demás países, porque hay que cargarles el transporte hasta aquí.
Quizá lo que hiere más profundamente es que la moneda nacional se convirtió en polvo cósmico, para usar una tristemente célebre frase del pasado.
El bolívar, ese signo monetario que pretendía homenajear con su nombre al Padre de la Patria, se volvió sal y agua en un océano de disparates en políticas económicas. Y con ello arrastró a la vergüenza al apellido de nuestro Libertador.
Porque no somos libres ni independientes si no podemos tener un cono monetario propio. Porque dependemos de una moneda extranjera debido a la impericia de quienes han manejado desde la ignorancia más absoluta a la economía nacional. Porque los 14 ceros que le borraron al bolívar desde 2008 no borran la necesidad que ahoga a tantos compatriotas.
Lo que sí no vemos es socialismo por ningún lado. Aquella promesa de la igualdad y de todo gratis ha terminado siendo una amarga ironía. Todo está más caro y más inalcanzable que nunca.
Se atomizó a la clase media, que emigró o sobrevive a numerosas privaciones jamás pensadas. Y lo que hay es un abismo gigante entre quienes pueden y quienes no pueden.
Se renunció finalmente a una ideología perniciosa, inútil y culpable de grandes tragedias en la historia universal reciente. Ahora manda un pragmatismo que tomó por sorpresa, como siempre, a los más vulnerables.
A quienes deben adquirir comida y medicinas con una moneda extraña e inalcanzable. A quienes no gozan del privilegio de ser remunerados con ella. A quienes se encuentran en la desventajosa situación de ganar en bolívares anémicos. A quienes están en el lado flaco de este embudo de la desigualdad dolarizada.