Todos tenemos como un grato recuerdo de la infancia a algún adulto que nos vacilaba con el famoso cuento de gallo pelón. Aquella supuesta historia que no avanzaba, donde no sucedía nada y que simplemente consistía en una pregunta repetida hasta el cansancio: ¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?
En similar situación nos encontramos hoy, por el punto muerto en el que se halla el país, debido a la ineficiencia e ineptitud de quienes ostentan el poder. Pero, a diferencia de nuestra infancia, esto no es para nada gracioso. Muy al contrario, provoca sufrimiento profundo entre muchos venezolanos, que no ven la salida a sus dolorosos problemas.
Y como el cuento del gallo pelón, la respuesta gubernamental es retórica, llena de palabras vacías y huecas, o en el mejor de los casos, de acciones que todos sabemos no conducirán a ninguna parte.
Tomemos como ejemplo la recurrente frustración de los aumentos salariales. Los precios se disparan, se le da más dinero a la gente. Suena lógico y fácil, ¿verdad? Pues ya sabemos que no es ni una cosa ni otra.
El más reciente aumento llevó al salario mínimo a 126,32 bolívares mensuales, lo que equivale a unos 29 dólares al tipo de cambio oficial. Previamente, el equivalente era menor a dos dólares al mes y se anunció hace más de un año, en mayo del 2021.
Sí, es un avance. Pero mientras tanto, la canasta básica ascendió en enero a 365 dólares mensuales, según un reporte del Observatorio Venezolano de Finanzas. Es decir, seguimos viendo aquel viejo chiste cruel de que los precios suben por el ascensor y los salarios por la escalera.
Como observamos una vez más, se vuelve a confirmar la vieja y triste historia de que los aumentos de salario no resuelven nada mientras la economía continúe enferma.
Desde el año 1999, en Venezuela ha decretado oficialmente 52 aumentos salariales. De estos, 21 incrementos se hicieron durante el gobierno de Hugo Chávez y 31 ajustes durante el mandato actual. El más reciente ajuste salarial realizado en la nación fue dado a conocer el 3 de marzo de 2022.
No hubo aumento el pasado primero de mayo. Los rumores y las expectativas sobre un posible segundo incremento en lo que va de año se quedaron simplemente en eso. Como una táctica propagandística era lógico esperarlo; sin embargo, para no hacerlo se alegaron argumentos que vale la pena desglosar.
Se habló de que el aumento previo estaba “sustentado en riqueza real, en bolívares orgánicos que no generan inflación”. También se alegó “la recuperación paulatina de la capacidad productiva de toda la economía que comienza a crecer”.
No suena mal, especialmente cuando se reconoce de manera tácita todo el daño que ha hecho el dinero inorgánico a la economía. Un falso espejismo de prosperidad súbita, que terminamos pagando más temprano que tarde con más inflación.
En cuanto a la recuperación de la capacidad productiva de la economía, eso está por verse. No hay señal alguna que lo indique y es otro cuento del gallo pelón que escuchamos con más frecuencia de lo que quisiéramos.
Varios economistas apuntan a que, más bien, se temió volver a incrementar una vez más el gasto público sin una productividad que sustentara esta medida; un pésimo hábito que se ha repetido una y otra vez, que nos ha traído al despeñadero actual y que la economía nacional no aguantaría una vez más.
Tampoco es fácil olvidar que Venezuela es un país que por cuatro años estuvo sumido en una terrible hiperinflación, es decir, en un incremento de los precios de productos y servicios en más del 50% al mes. También nuestro país arrastra 7 años ininterrumpidos de recesión.
Y debido a todo este cuadro, ya es normal que los venezolanos se las tengan que rebuscar con dos y hasta con tres trabajos para llegar a un ingreso mínimo mensual de subsistencia. Un ingreso que no permite ahorrar, planear, aspirar a metas legítimas como un automóvil, seguir avanzando en la educación o una vivienda propia.
Esto, sin contar el alto volumen de venezolanos que se resuelven en la economía informal y que no tienen ni siquiera las mas elementales protecciones, como una póliza de salud médica o las prestaciones sociales.
¿La solución? Dejar de lado el espíritu restrictivo y controlador del gobierno, para permitir que la economía nacional se equilibre por sus propias fuerzas y permita, entre otras cosas, un salario mínimo acorde con las necesidades del ciudadano, que empuje hacia arriba a toda la tabla salarial.
Esto implicaría disminución de gasto público, aumento de la producción, capacidad de exportar e incorporación del sector privado al desarrollo de la actividad económica.
La gente ya no se cree el cuento del gallo pelón con los aumentos salariales. Y es que todos sabemos que, si no se trabaja para crear riqueza, no es posible distribuirla.