Aunque ya llevamos varios años padeciendo en Venezuela las irregularidades en la distribución de gasolina, todavía no nos podemos acostumbrar al hecho de que, en el país que posee las mayores reservas petroleras del mundo, surtir nuestros vehículos de combustible sea una pesadilla cotidiana que se haya institucionalizado como tal. No debemos acostumbrarnos.
Un problema que comenzó hace más de una década en la frontera, hoy es nacional y sin poder vislumbrar una solución a corto plazo en el horizonte. Muy al contrario, cada vez se complica más.
Los racionamientos y demás mecanismos de control de la gasolina han ido ganando terreno, en medio de un fenómeno que parecía imposible en esta nación, siempre orgullosa de su industria petrolera. Pero hoy son un hecho.
Hablamos de un hecho que cada vez se profundiza y enquista más, convirtiendo en un padecimiento perenne el día a día de los ciudadanos.
Esta situación sencillamente castra el aparato productivo nacional. Desde las otrora grandes industrias –hoy menguadas– hasta la iniciativa del emprendedor que depende de su automóvil o motocicleta para salir a ganar el sustento de los suyos.
Eso, para no hablar del calvario de quienes se dedican al transporte de personas o bienes como medio de vida, y que se juegan sus ingresos en conseguir o no la preciada gasolina, así como en el precio al que la consigan.
Y vale hacer una acotación aquí. Las imágenes que cotidianamente vemos en relación con este desesperante problema, suelen provenir de las grandes ciudades, donde son habituales las largas colas en los expendios de combustible. Pero nadie habla de lo que sucede tierra adentro, en esa Venezuela silenciosa, que padece aún más las consecuencias de esta dolorosa carencia.
Nosotros lo hemos visto una y otra vez, en nuestros recorridos por lo más interno del estado Miranda. Los pequeños agricultores no tienen cómo transportar su cosecha y llegan incluso a perderla.
Las carencias de servicios, que no son prestados por el gobierno nacional y regional, se subsanan malamente y a ratos por la diligencia de la misma gente, que toma su vehículo y sale a buscar lo que necesita. Sin embargo, esta salida desesperada queda anulada si no se consigue gasolina, incluso después de buscarla exhaustivamente.
Estamos hablando de rincones muy apartados, donde hasta para hacer las compras de subsistencia más elementales de alimentos, hay que recurrir a un vehículo.
Y el mirandino se las arregla como puede, pero cada vez se la ponen más difícil. Primero era con el vecino, y en un acto solidario se acercaban miembros de varias familias al lugar de expendio de alimentos, para comprar su sustento.
Pero hemos llegado al momento en el cual es muy posible que ninguno de los que viven alrededor tengan ya el combustible para sus vehículos.
Y en medio de todo este caos, se anunció recientemente el aumento del precio de los combustibles. Una medida que vino unida a la nueva reconversión monetaria y que sirvió para redondear hacia arriba las cantidades que hay que pagar. Todo esto sin garantizar ni siquiera la mínima mejora en el servicio de distribución de la gasolina.
¿A qué se debe esa pesadilla?
Entre otras razones, a que la red de refinación de Venezuela, con capacidad para convertir hasta 1,3 millones de barriles por día de crudo en combustible, ha funcionado a menos del 20% de su capacidad en 2020, según la propia PDVSA.
Por otro lado, la flota de gandolas de distribución del combustible a todo el país, está severamente diezmada por la falta de mantenimiento, la escasez de repuestos y los años de edad de los vehículos, lo cual dificulta mucho más la capacidad de distribución del combustible que se produce, ya de por sí escaso.
Todo esto ocasiona un panorama aún más siniestro, que es el del mercado negro de la gasolina.
Esto se da también en regiones apartadas, donde la necesidad y la falta de testigos constituyen un coctel explosivo, para que algunos aprovechen la desgracia ajena y cobren precios exorbitantes por unos pocos litros de combustible a quienes los necesitan con urgencia.
La normalización del caos es algo que los venezolanos no podemos aceptar. Somos muchos los que tenemos conciencia del enorme potencial de nuestro país, no solamente en cuanto a recursos naturales, sino también respecto al gran motor que es nuestra fuerza humana.
El cambio en el rumbo que llevamos es urgente, y necesitamos gente que no sea cómplice, que no guarde silencio ante el rumbo errado que algunos se empeñan en profundizar cada vez más.
El 21 de este mes daremos apenas el primer paso de un largo trayecto, que va a requerir una enorme tenacidad, para construir una Venezuela diferente y alternativa, donde no haya carencias, vergüenza ni mediocridad. Todos sabemos que es posible.