Las experiencias que hemos vivido en las últimas semanas respecto a las cercanas elecciones regionales, parecen demostrarnos que las condenables costumbres de Doña Bárbara –el personaje icónico de Don Rómulo Gallegos– no solamente están vivas, sino además profundamente enquistadas.
Solamente desde ese genial retrato galleguiano de los vicios que han carcomido históricamente a nuestra nación se puede entender la imposición de una candidatura a la gobernación de Miranda. A la fuerza, sin razón, pasando por encima de los métodos civiles y civilizados que imponía el momento crucial que Venezuela vive hoy.
Como los Mondragones, esos personajes nefastos que servían a la doña, los perpetradores de este atentado contra la democracia han ido corriendo las cercas y los linderos, para apropiarse de unos terrenos que no les corresponden.
Estos terrenos son el liderazgo regional, el cual se gana con trabajo, convocando a las bases y a las fuerzas vivas de las poblaciones, escuchando y pulsando el sentir en las calles.
No tener esto en cuenta y pretender imponer una candidatura verticalmente y desde arriba, puede costarnos muy caro a todos los mirandinos. Nos referimos, nada más y nada menos, que a perder esta oportunidad de tomar las riendas del estado, de sacarlo de la indolencia y la desidia que lo ha secuestrado todos estos años.
Enfrentamos a un enemigo con demasiado poder y muy pocos escrúpulos. No podemos dejar fisura alguna en nuestra apuesta por vencerlo.
Y estamos hablando de algo bastante más grande que una fisura. Se trata de un razonamiento tan sencillo como demoledor: desde el primer día hemos insistido en que la convocatoria a primarias es la llave de oro para asegurar la victoria de las fuerzas democráticas en Miranda.
Una invitación lógica, que es la que manda el manual político cuando se disputan unas elecciones en circunstancias como las que hoy nos ocupan. Una invitación que no fue aceptada por nuestra contraparte.
Si ellos creen que la ciudadanía apoya su propuesta, no entendemos a qué le teman. Como dicen por ahí, ¿cuál es el miedo?
Quien tiene la capacidad de ganar no recurre a trucos dignos de los personajes más oscuros de Gallegos, como utilizar en su propaganda la imagen de los candidatos que apoyan nuestra propuesta, buscando de esa manera confundir al electorado.
Una jugada, por cierto, que lleva agua a nuestro molino. Copiar nuestro mensaje es una manera tácita de reconocer que la gente está con nosotros. La guerra sucia habla muy mal de quien la practica.
Les contaremos cuál es nuestro miedo: quien no tiene los votos suficientes para ganar unas primarias, tampoco los tendrá para ganar una gobernación.
Deberíamos ir blindados, y esa no es la situación actual.
¿Qué si hay tiempo para corregir el rumbo? Por supuesto que sí. Una vez más, como Santos Luzardo, intentaremos devolver los postes y los linderos al lugar donde les corresponde estar. Aún podemos hacer las primarias. Y proponemos la fecha del 31 de octubre para realizarlas.
Como el venezolano que representaba a la civilización en la épica de nuestros llanos, nos apegamos a la palabra empeñada, y esa palabra es la unidad. No una unidad fabricada en un laboratorio o cosida a retazos, como el monstruo de Frankenstein, sino probada y sellada a través de métodos auditables, como lo es una elección primaria.
La legitimidad es crucial para triunfar en una justa que ya por sí misma todos sabemos que es bastante desigual. No está permitido que vayamos cojeando, porque esa sería una debilidad que nos conduciría con toda seguridad a tropezar y caer.
Hay quienes argumentan que ya no se pueden hacer cambios a la boleta electoral, pero hay una solución para eso. Es posible hacer una fe de erratas, con lo cual dejamos de lado ese argumento.
Más allá de esta circunstancia puntual que hoy enfrentamos, queremos que nuestra experiencia sirva para que esta sea la última vez que se intente imponer candidatos en Venezuela en medio de una circunstancia política tan dolorosa y adversa.
Si de verdad queremos un cambio para el país, no podemos llevarnos por delante las oportunidades de empujar el cambio desde abajo. Si alegamos que nuestra democracia está enferma, no podemos torpedear ninguna oportunidad de ejercerla.
Para que Venezuela vuelva a ser “Toda horizontes, toda caminos”, debemos encargarnos nosotros mismos de abrir esos caminos, apegados a la verdad, a la honestidad, a nuestros valores como gentilicio, entre los cuales destacamos hoy la justicia y la vocación democrática.
Estamos en época de elecciones, y a los venezolanos nos toca elegir de cuál lado estamos: ¿con Doña Bárbara o con Santos Luzardo? ¿Con la barbarie o con la civilización?
Podemos contestar a esta pregunta con hechos. El 31 de octubre es la fecha para decidir.