El reciente episodio técnico que colapsó los servicios del Banco de Venezuela, pone una vez más en el ojo del huracán a los servicios prestados por el gobierno central. En ellos la media es, lamentablemente, un nivel de calidad que muestra bastante deficiencia.
Por supuesto, las comunicaciones oficialistas al respecto sacaron a flote una vez más a los culpables habituales: el sabotaje, la derecha, la empresa privada, el imperio y pare usted de contar. La verdad, hizo falta en el grupo aquella iguana que solía provocar apagones comiéndose los cables eléctricos. ¿Quizá ella también emigró?
Pero realmente esta es una historia tan vieja y tan extendida, que más bien cabe pensar en indolencia, ineptitud, ineficiencia, falta de mantenimiento y de suficiente personal capacitado debidamente. Una constante que se está viendo desde hace rato en el grueso de los servicios públicos y que los lleva de mal en peor.
Cabe resaltar que esta situación afectó a más de 14 millones de venezolanos que reciben y transfieren dinero desde esa empresa. Para tener una medida del impacto de lo acontecido, basta recordar que, al cierre del primer semestre de este año, el Venezuela absorbió 41,8 % de los depósitos totales. Eso fue un saldo de Bs.2.212.662.128.660 miles, superando por 31,5 puntos porcentuales a su más cercano competidor, de acuerdo con el Informe Bancario semestral de Aristimuño Herrera & Asociados.
Lo cierto es que todo este nuevo episodio empezó cuando los usuarios del Banco de Venezuela reportaron dificultades para acceder a la plataforma desde la tarde del pasado miércoles 15 de septiembre.
Los servicios de la página web, taquilla, puntos de venta o pago móvil quedaron fuera de línea. La primera versión señaló que la interrupción se debía a labores para adaptar el sistema a la nueva reconversión monetaria, que entrará en vigencia el próximo 1° de octubre. El día 16, las mismas fuentes afirmaron que para esa tarde se restablecería el servicio. No ocurrió así.
Muy por el contrario, también participaron que las operaciones en taquilla se habían suspendido, alegando igualmente la adecuación del sistema a la nueva plataforma para la reconversión monetaria. Otras fuentes de la entidad informaron que se trabajaba en restablecer el servicio, sin citar las causas de la suspensión.
Como suele suceder cuando la información es turbia y opaca, los rumores comenzaron a circular y el mismo banco tuvo que emitir un comunicado desmintiendo que la falla se debía a una explosión.
Mientras tanto, sus usuarios, mayormente trabajadores venezolanos, manifestaban su descontento y decían que no podían acceder a su dinero, pues la suspensión se produjo justo en fecha de quincena para muchos que dependen de su sueldo. Los afectados agregaban que no pasaban las tarjetas ni podían entrar a la página del banco.
Esta situación se hizo particularmente sensible para quienes estaban en la urgente necesidad de comprar alimentos o medicinas de alta prioridad y vieron con impotencia como se complicaban sus transacciones, hasta el punto de resultar imposibles.
Por si fuera poco, falta ver la otra cara de la moneda: los comerciantes que perdieron ventas, ya que los aspirantes a clientes que intentaron hacer transacciones con las cuentas que tenían en dicho banco, no pudieron completarlas. También fue un revés de varios días para todos los vendedores del país. Y ese revés se tradujo en notables pérdidas.
Al momento de escribir estas líneas, el servicio se vuelve a encontrar activo, tras cinco días de falla. Sin embargo, se inicia un nuevo calvario para sus clientes: muchos de ellos reportan que el saldo que reflejan sus cuentas no se corresponde con el real, y que en las mismas falta dinero.
Aunque la institución se ha comprometido a solventar este nuevo contratiempo, nadie le puede borrar a los afectados el mal rato vivido. Quedará saber cuándo les van a retornar esos montos y cuánto poder adquisitivo habrán perdido una vez que los reciban de vuelta.
El mal rato vivido deja una lección, que con seguridad será entendida por muchos, exceptuando a los responsables: cuando un gobierno pretende abarcarlo todo, con pretensiones hegemónicas, probablemente sea bastante lo que salga mal.
Las naciones más prósperas y pacíficas confían el grueso de su actividad a la empresa privada, a la iniciativa particular. Adicionalmente, buscan mantener un gobierno que sea de las menores dimensiones posibles. Es solamente un regulador de las actividades ciudadanas y mantiene para sí nada más las actividades medulares de la sociedad, como educación, seguridad y salud.
Si se busca operar desde un gobierno a servicios tan cruciales como el bancario –lo cual es válido- los niveles de eficiencia deben ser muy elevados. Lamentablemente, no es nuestro caso.