Cuando el reloj corre cada vez más cerca de las elecciones regionales del 21 de noviembre, el estado Miranda se encuentra en una situación extremadamente comprometida y delicada, en cuanto a su decisión para encarar esta cita comicial con un candidato democrático, que pueda garantizar el bienestar de su población.
Sin embargo, y a pesar de que la encrucijada es cada vez más inquietante según pasan los minutos, aún estamos a tiempo de definir y blindar una alternativa para asegurar la derrota del continuismo, de la indolencia, de la irresponsabilidad y la mediocridad que han convertido a nuestra entidad en tierra de nadie durante los últimos años.
Quienes han seguido la polémica para concretar la candidatura mirandina de la Unidad de cara a este encuentro definitorio en las urnas electorales, conocen de nuestra legítima aspiración a la gobernación del estado que ha sido nuestro hogar desde siempre.
Saben que está sustentada y basada en apoyos múltiples y de base. Estos apoyos son tan amplios y diversos, que incluso convocan a partidarios del oficialismo que están en contra de la gestión del gobernador actual y que apuestan con urgencia a una agenda de cambio.
También es pública mi trayectoria como servidor público en este mismo estado; así como lo son mis posiciones políticas en cuanto a la situación actual de Venezuela.
El caso es que el otro aspirante a esta candidatura, no ha logrado llegar a un acuerdo con la opción que representamos para definir al candidato de la democracia. Esto es letal para Miranda y para toda Venezuela, en el marco de la complicada situación política que hoy atraviesa el país.
Al día de hoy, Miranda puede ser pionera en dar un ejemplo de democracia a toda la nación y es a eso a lo que tenemos que apostar quienes ponemos el interés de nuestro estado y de la nación por encima de las aspiraciones personales.
Desde que se hizo pública esta diferencia con un precandidato que también tiene suficientes avales para aspirar a la mencionada posición, propusimos el mecanismo de las elecciones primarias para dilucidar la candidatura.
Lo hicimos no solamente con la certeza de que se trata del mecanismo más certero y transparente, sino también con el deseo de llevar hasta las bases la democracia que tanto urge a Venezuela en estos tiempos. Que sea la gente quien decida.
Del otro lado, no aceptaron nuestra propuesta y pusieron sobre la mesa otra opción: decidirlo a través de encuestas. Aceptamos esta alternativa, aunque no sin reservas, ya que no permitía el ejercicio directo de la voluntad de la gente en la decisión. Ellos propusieron dos encuestadoras, nosotros otras dos. Aceptamos las preguntas que elaboraron.
El mecanismo de encuestas, a pesar de no ser el propuesto por nuestra parte, resultó favorable a nuestra candidatura. Ahora, los proponentes de dicha alternativa no aceptan el resultado.
No nos vamos a detener en discusiones estériles ya que, como afirmamos más arriba, el tiempo corre en contra de Miranda y de Venezuela.
Volvimos a colocar sobre la mesa la propuesta de unas elecciones primarias para tomar la decisión. Y no se trata de terquedad en cuanto a imponer nuestro método. Se trata de que las encuestas terminaron siendo descalificadas sin razón alguna por los mismos que las propusieron. Y el tiempo corre.
Habíamos sometido a consideración de la otra parte la fecha del domingo 19 de septiembre, pero no hubo acuerdo.
Sin embargo, insistimos: que decida la gente. Que el mirandino opine. Que si los desacuerdos y la falta de entendimiento han llegado a este nivel y han consumido tanto y tan valioso tiempo, que todo esto quede en manos del elector, que es al final quien decidirá.
Venezuela está enferma de falta de democracia y esta es una oportunidad de oro para volver a poner el poder en manos de los venezolanos. El voto será el juez y el árbitro de todos nuestros conflictos.
Y tenemos la certeza de que el mejor ejercicio para salir victoriosos en las elecciones del 21 de noviembre es mover el músculo electoral en este primer encuentro, para tomar la decisión más acertada, la que nos lleve al éxito final.
Pero en medio de esta carrera contra reloj, es imperativo subrayar algo: el mandato del pueblo mirandino –al igual que el del venezolano- es la unión. Y se nos agota el tiempo para cumplirlo.
La Unidad no se impone, se construye desde abajo, con trabajo, con liderazgos reales, con mecanismos legítimos y transparentes. Una unidad orgánica, que no arroje la menor grieta de duda, para ganar la confianza del electorado.
No se puede pretender ser abanderado del cambio si no eres capaz de someterte a la voluntad del pueblo. Seamos el cambio que pregonamos. Hablemos con nuestras acciones, más que con nuestras palabras.