Una vez mas, el callejón sin salida en el cual parece estar atrapado nuestro país, se encuentra con otra posible luz al final del túnel, la cual no es otra que la nueva ronda de diálogo que se celebra en México.
En esta oportunidad, se escenifica un encuentro entre las fracciones políticas opuestas en Ciudad de México, con la asistencia internacional del Reino de Noruega, México y Rusia, con un país europeo que aún estaba por definirse al momento de escribir estas líneas.
Nuestra posición de abordar esta circunstancia desde un punto de vista abierto y con comedidas expectativas, no es un ejercicio de ingenuidad o de terquedad.
Sabida es por nosotros la incredulidad y el desencanto que la palabra diálogo dispara entre algunos sectores de la nación. Y es que, desde que entramos en esta espiral adversa que le ha hecho tanto daño al país, cada vez que llegamos al borde del precipicio –como parecemos encontrarnos ahora una vez más- se recurre al mecanismo que parece oxigenar a quienes detentan el poder; pero que también es visto como una oportunidad por quienes militamos en la urgencia de salidas.
Algunos de quienes acuden al diálogo, sin duda lo hacen con la honesta certeza de que en el marco del mismo se podrán encontrar soluciones a muchos de nuestros problemas más urgentes. Otros y también sin dudarlo, lo hacen para comprar tiempo, para correr la arruga, para aparentar que se esta accionando, cuando esa no es la realidad. Lo hacen, en síntesis, por agendas personales disfrazadas de interés colectivo.
Nosotros nos inscribimos en el grupo de los escépticos que eligen seguir hacia adelante. Sí, suena contradictorio y lo es. Quizá sea la manera de sobrellevar a la contradicción vuelta cotidianidad que es Venezuela.
Sería demasiado pedir que algo de la inocencia y la ingenuidad de los ciudadanos que hemos sido testigos de la involución del país durante dos décadas, quede en pie.
Sin embargo, en medio del escepticismo, que es el menos pernicioso de los sentimientos que pueden nacer en esta circunstancia, nos aferramos a una certeza: hay que aprovechar cualquier rendija, cualquier ventana, la que sea, en pro de accionar a favor del país y de sus ciudadanos. Huir hacia adelante, como dicen por ahí.
Y ahora, todos los que vayan a acudir a esta nueva instancia de encuentro, tienen una alternativa frente a ellos: aprovecharla hasta donde las posibilidades lo permitan, en un esfuerzo honesto; o simplemente ir a calentar una silla, a llenar un espacio, a tomar parte de un ritual que no va a conducir a nada sin la voluntad de los actores que están envueltos.
Dentro de la fe que nos asiste ante la realización de otro encuentro de diálogo entre venezolanos, resaltamos que en esta oportunidad nos sentimos movidos y conmovidos particularmente por la profundidad de la circunstancia adversa que atraviesa nuestra patria.
Cada intento de entendimiento que fracasa por la falta de la necesaria voluntad política, hunde exponencialmente a la nación en un destino peor. Y no dudamos que haya una creciente conciencia de esto entre quienes hemos escogido hacer de la política un propósito de vida en Venezuela. En este llamado urgente a la conciencia, no dudamos en incluir a algunos de los que están en la acera opuesta. Porque tiene que existir la posibilidad de un puente, que no puede estar construido sino sobre la emergencia colectiva, lo único que hoy tenemos en común todos los que compartimos este gentilicio.
Estamos convencidos de que tiene que haber, entre los dos grupos que se reúnen, verdaderos dolientes de los fallecidos, de los enfermos, de los empobrecidos, de los que han tenido que emigrar, de quienes se han quedado en el país viendo crecer a sus hijos y nietos desde la distancia de un mar, de otro continente.
Con el corazón en la mano, quienes nos representen en esta nueva ocasión deben llevar anotadas en sus agendas a las empresas que han cerrado, las iniciativas que se han frustrado, la calidad de vida que hemos perdido y el progreso al cual se nos ha denegado acceso, olvidando que es un derecho.
Este ejercicio de entendimiento estará monitoreado. Los ojos del mundo están una vez más sobre Venezuela, con la creciente preocupación que despertamos en la comunidad internacional. Y es que se sabe que la desgracia nuestra salpica a nuestros vecinos, a la economía, de una forma o de otra repercute en latitudes muy lejanas. Y esto se ha entendido.
Quizá la mayor ventaja que llevemos en esta oportunidad, sea justamente lo que mencionamos: la caja de resonancia en la que se ha convertido el mundo entero respecto a la prolongada y compleja tragedia nacional.
Más curtidos nosotros, más consciente el mundo, no es un disparate apostar a una rendija. No sabemos lo que nos puede esperar si logramos colarnos a través de ella.