En medio de la adversa situación económica que ya se ha hecho crónica en nuestro país, una de las pocas luces que existían al final del túnel era el envío de dinero que hacen a sus familiares los compatriotas que han emigrado.
La Organización de las Naciones Unidas estima que hasta noviembre pasado 5,4 millones de personas habían salido de Venezuela, según cita el medio internacional Infobae.
Muchos de nuestros emigrantes no las han tenido todas consigo y hacen esfuerzos enormes para obtener unos ingresos que no son los mejores. Hacen horas extras, buscan dos y hasta tres trabajos, no solamente por el sustento para ellos mismos, sino también para enviarle dinero a sus familiares que permanecen aquí, quienes usualmente son adultos mayores. Por lo general, son sus padres.
Esta situación no es privilegiada en modo alguno. Ni para quienes multiplican sus esfuerzos al máximo en otras tierras, ni para quienes reciben ese ingreso aquí, un dinero que es muy contado y que además lo engulle la implacable inflación.
Sin embargo, hasta ahora ha sido de ayuda, y mucha. Nuestros abuelos, los mismos que trabajaron toda la vida con decencia y dignidad, ahora han tenido que aprender a convivir con un estoicismo extremo y no merecido, para sacar el mejor partido posible de sus escasas fuentes de ingreso, entre las que se cuentan las de estos parientes que hacen todo lo posible por ayudarlos desde afuera.
Así, Venezuela pasó a ser otro más entre los países que cuentan a las remesas como uno mas de sus factores en la dinámica de la economía nacional. Un fenómeno que no solamente era inexistente, sino además impensable en el panorama nacional de hace unos pocos años, hoy es cotidiano, como lo es para Cuba y algunas naciones centroamericanas y suramericanas desde hace mucho tiempo.
Para sorpresa de muchos, las remesas desde el extranjero representan, de acuerdo con el economista sénior de Ecoanalítica Luis Arturo Bárcenas, entre un 4 y 5 por ciento del Producto Interno Bruto de Venezuela al día de hoy.
De esta manera, los ingresos provenientes por esta vía desde el exterior han servido como una suerte de paño caliente al boquete que ha dejado en nuestra economía el desplome de los que tradicionalmente habían sido nuestros medios de producir riqueza para el país.
En otras palabras, han sido los emigrantes venezolanos quienes le han sacado las castañas del fuego a una administración que no ha hecho sino empujar a la involución sostenidamente a los indicadores económicos nacionales.
Este respiro para quienes se quedan aquí por la causa que sea, parecía ser estable dentro de su austeridad y daba un cierto piso a quienes se beneficiaban de él.
Sin embargo, también esta ventana por la que se asomaba un necesario aire de tranquilidad, está siendo torpedeada por inesperadas circunstancias adversas.
Un reportaje realizado por el diario El Tiempo, demostró que la pandemia que afecta al mundo desde el pasado año, redujo en un 55,8 el envío de remesas a las familias venezolanas.
Según un informe publicado por el Observatorio Venezolano de Migración, un 90% de los que emigraron han sufrido una disminución fuerte de ingresos, y el 80% de estos tienen familiares dependientes en nuestro país.
Para nadie es un secreto que la actividad económica mundial se desplomó ante las numerosas medidas de seguridad que debieron ser adoptadas frente a la arremetida del COVID-19. Esto azotó sin piedad incluso a las economías más prósperas del planeta, puso contra la pared a nuestros emigrantes y finalmente, terminó por afectar las remesas que ellos se esfuerzan en enviar a Venezuela.
Ratificando esta información, el medio estadounidense la Voz de América titulaba en febrero pasado: «Imposible vivir en Venezuela» sin apoyo del exterior: remesas caen 56% en un año”.
Y citaba una información aún más inquietante: “A pesar de la apertura paulatina de las economías en medio de la pandemia, la firma Ecoanalítica no ve una recuperación de la situación de las remesas en el corto plazo”, en un trabajo de la periodista Adriana Núñez Rabascall.
Según el texto, el monto de esos aportes pasó de 3.500 millones de dólares, en 2019, a menos de 1.600, en 2020. Y ejemplifica: “La economía en la casa de la familia Alfonso comenzó a tambalearse en 2020, cuando por efecto de la pandemia, su hija dejó de tener empleo en Madrid, donde vive desde hace dos años”.
Lamentablemente, los expertos no ven una recuperación total ni en el corto plazo. Aunque la cuesta comience a remontarse, estiman que las remesas no recuperarán sus niveles previos a la pandemia.
No estamos sino ante otra muestra de los riesgos que enfrentan hoy los más vulnerables en Venezuela, totalmente abandonados a su suerte.