Los recientes acontecimientos que estremecieron a los vecinos de la Cota 905 en Caracas, llevaron a un nuevo nivel de horror a los vecinos de esta largamente azotada comunidad. Y fueron mucho más allá, sacudiendo durante varias horas a prácticamente todo el suroeste de nuestra capital, en un enfrentamiento que se prolongó por un tiempo aún indefinido y que aún no había cesado del todo mientras redactábamos este artículo.
Los medios de comunicación nacionales e internacionales, así como las redes sociales, se hicieron eco del estremecedor suceso. Los hechos fueron del rápido conocimiento de los venezolanos dentro y fuera del país, prácticamente mientras se encontraba aún en desarrollo.
Bandas delictivas armadas que azotan al sector se enfrentaron a los cuerpos policiales del Estado, desplegando un poder de fuego que no deja de sorprender, que alarma y que dice mucho, en cuanto al nivel de descontrol y poder que ha alcanzado el hampa en Venezuela.
Para el momento de escribir estas líneas, el prolongado enfrentamiento ha cobrado la vida de al menos cuatro personas, según diversas fuentes confiables.
La mayoría de ellos eran víctimas totalmente inocentes de lo que estaba sucediendo. Cayeron por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Cayeron porque no hay quien asuma el deber de protegernos.
Las mismas fuentes informaron de al menos seis heridos, entre quienes se cuentan dos funcionarios policiales.
Cualquier otro día, en cualquier otra circunstancia, puede ser alguno de nosotros. Y ese es el terror perenne de vivir en la Venezuela de estos tiempos.
El fallido experimento político que ha intentado gobernar a Venezuela desde hace más de dos décadas, está expirado y vencido desde hace rato. Los motivos para afirmar esto son muchos, pero hoy el principal es su ineptitud para proteger el derecho más sagrado de los venezolanos: el de garantizar la vida.
El azote del hampa en la Cota 905 es ya un problema de vieja data; pero ha venido empeorando ante la mirada impasible de quienes dicen ser las autoridades, aunque en la práctica demuestran su absoluta incapacidad para ejercer las funciones que se esperan de ellos.
La principal tragedia nacional de esta semana, es el retrato sangrante de cómo el país se nos fue de las manos. El poder de fuego de las bandas delictivas se ha desproporcionado mientras los grupos de seguridad del Estado, que existen para hacerles frente y reducirlos, se han visto disminuidos con el paso de los años.
Este último hecho se explica por la falta de inversión, tanto en equipamiento como en el personal, en su formación y en su remuneración. Las policías del país son las primeras víctimas del caos que se nos ha vuelto cotidiano. Un error que paga su precio en vidas cada día. Otro error más, entre tantos que se amontonan en la Venezuela actual.
Las pérdidas de vidas en situaciones tan absurdas como evitables, nos llevan a la conclusión de que nuestro rumbo como nación tiene que cambiar.
Ya basta del terror, de regresar a la casa temprano, de no salir de noche porque en ello exponemos nuestras vidas.
Y justamente la tolerancia irresponsable con estos hechos delictivos es la que ha permitido que no solamente reinen en la noche, sino también en el día. En ciudades y pueblos, en campos y carreteras.
Por la rendija por donde se cuela la primera injusticia, se colarán todas las demás. Y si no se acciona con urgencia en tapar ese boquete, el horror se vuelve la norma.
Puede lucir demasiado tarde para este comentario en la Venezuela que nos ha tocado vivir, donde la calle es de la violencia y la ciudadanía permanece en sus casas, secuestrada por el pánico. Pero creemos que no es así. Porque la voluntad del cambio de la gente puede hacer verdaderos milagros.
Nos urgen autoridades comprometidas con la reconstrucción del tejido institucional del país, donde la ley sea la brújula de la vida cotidiana y donde las transgresiones al estado de derecho se atajen tempranamente, para que pueda por fin desaparecer de nuestro mapa la idea de que hay que convivir cotidianamente con la delincuencia, porque no queda otra salida.
Es urgente también educar a nuestras generaciones de relevo en una conciencia clara de que esto que hoy atravesamos, no es lo normal. Es una “normalidad” que los venezolanos no podemos ni debemos aceptar.
Y es que estamos en el deber de cambiar todo este monumental error, de dejarlo en el pasado y de exigir una nación donde reine la paz, para que todos podamos desarrollar nuestras vidas a su máximo potencial.
Porque la seguridad personal y ciudadana son los pilotes fundacionales de una nación sana y próspera, de la confianza de la ciudadanía, la cual es imprescindible para construir bienestar.