El más reciente episodio en el rosario de desventuras que padece Venezuela es la creciente y prolongada escasez de gasoil en el país. Una realidad solamente comparable con una alucinación, en un país que presume de tener las reservas de crudo más abundantes del planeta.
Estamos hablando de un combustible que es clave para mantener en movimiento a la sociedad en general, y muy particularmente a su industria alimenticia y al transporte público masivo.
A estas alturas de la situación, ya hay productores de alimentos que están advirtiendo sobre la pérdida de sus productos, porque no tienen cómo transportarlos. Es algo que golpea el bolsillo de quienes toman el riesgo de lanzarse a producir mientras sortean numerosas adversidades; pero también complica la vida de los consumidores, quienes ven menguar la ya golpeada oferta.
El suministro racionado es una cruel ironía en estos tiempos, ya que, para algunos, el discurso es que al menos hay algo de combustible en algunas partes; pero para otros se trata de un paño caliente que no conduce a nada, porque a los transportistas de alimentos se les suministran cantidades limitadas que no les alcanzan para cubrir sus rutas habituales.
«La escasez de gasoil es muy grave. Si no hay una solución, aunque sea transitoria, en los próximos 15 días, comenzará la paralización de toda la cadena productiva».
Así mismo lo pinta Aquiles Hopkins, quien preside Fedeagro, la asociación que reúne a los productores agrícolas de Venezuela.
Según relata, la escasez del diésel que sufre el país ha llevado ya a que se estén echando a perder cosechas enteras en los estados occidentales, debido a la falta de transporte para llevarlas a los mercados.
La siembra de la próxima temporada también está en peligro en todo el territorio nacional, donde, según el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, dos tercios de la población no cuenta con un suministro estable y suficiente de comida.
Pero, ¿por qué estamos padeciendo esto, en una nación que presumía no solamente de sus reservas, sino de poseer una de las más robustas industrias petroleras del mundo?
“Hay una situación estructural que es la pésima situación del parque refinador ante la falta de inversiones», según Igor Hernández, experto en el sector hidrocarburos y profesor del Centro Internacional de Energía y Ambiente del Instituto de Estudios Superiores de Administración, conocido por sus siglas IESA.
Ese derrumbe también se refleja en la capacidad de producción y refinación del crudo para elaborar productos derivados del petróleo, como el ya mencionado diésel; además de gasolina, querosene y combustible de turbina de aviación, entre otros bienes.
A medida que pasan los días, aumenta la posibilidad de que se vayan paralizando paulatinamente muchas de las unidades de transporte de carga que trasladan no solamente alimentos, sino también medicinas; pasando por materias primas importadas para la elaboración de productos en diversas industrias. Y, por si fuera poco, sumemos también el ya mencionado uso en las unidades de transporte público.
La brecha entre la producción y el consumo se ha venido cubriendo dese hace rato con la creciente importación de este bien. Sin embargo, la rampante escasez marcha paralelamente con la disminución de la productividad interna, la cual también va ligada a que la calidad del diésel producido en Venezuela –alto en azufre- no lo hace apto para todas las maquinarias que dependen de su consumo.
Adicionalmente, el gasoil también es imprescindible para generar electricidad. Y al ser uno de los combustibles que cumple con esta función, también hay que reservar una cantidad para ello. Dependemos de él más de lo que creemos, para decirlo en pocas palabras.
Y sabemos que las importaciones pueden ser útiles para llenar un vacío temporal, pero no se puede confiar en ellas estratégicamente como fuente principal y a largo plazo, entre otras cosas porque por lo general se opera con ellas a pérdida y adicionalmente, se engorda un mercado negro alrededor del producto, dada la urgencia de disponer del mismo y su escasa presencia en el mercado.
Tampoco es buena la respuesta del racionamiento. Una respuesta que constriñe y limita la economía nacional jamás puede ser positiva. Es la carta bajo la manga ante todas las crisis, y por ello se ha vuelto el pan nuestro de cada día. Pero también el síntoma más claro de cuán mal marchan las cosas.
En este sentido, voceros oficialistas señalan la responsabilidad de las sanciones estadounidenses como un factor importante en la ecuación. Y razón no les falta. El asunto es que dichas sanciones no han hecho más que desnudar lo débil que es el estado general de nuestra industria de energía en la actualidad.
No son crisis coyunturales. Son la sumatoria de un rumbo errado, que tercamente se empeña en no ser corregido.