Al momento de escribir estas líneas, los votos de las elecciones presidenciales recién sucedidas en el Perú se encuentran casi totalmente contabilizados.
Hasta el momento, todo da a entender que el candidato ganador es el izquierdista Pedro Castillo y no hay indicios de que esta proyección pueda cambiar. Su contendiente Keiko Fujimori, identificada con la derecha, había llevado ventaja durante parte del conteo, pero los márgenes se fueron estrechado cada vez más con la entrada del voto rural.
El proceso comicial, así como su resultado, ocurre en el marco de un país totalmente polarizado y dividido. La campaña fue extrema y voraz, con candidatos que parecen representar los extremos del espectro político y sin posibilidades visibles de un centro o un consenso.
El continente y el mundo han observado con creciente inquietud este proceso, que ha sumergido a la nación andina en una vorágine que no parece aportar nada bueno.
La situación es tal, que renombrados analistas han sentenciado en las semanas previas que al Perú le tocaba escoger entre dos males.
No se trata de opiniones nuestras, aunque las suscribamos con todo el respeto hacia la nación hermana, sus ciudadanos y sus decisiones.
Mario Vargas Llosa, el escritor viviente más representativo de Perú y con criterios de gran peso en la política, dijo que deseaba “Ardientemente que Keiko Fujimori gane la elección”, en una reciente columna de opinión de su autoría.
El escritor reiteró su respaldo a la candidata, cuando dijo que hizo campaña a favor de ella “para salvar al país de la incompetencia, la censura y la pobreza”, en referencia a la opción de Castillo.
Por su parte Jaime Bayly, el polémico periodista que también es referente de la opinión pública peruana, afirmó: “Si Castillo jura como presidente de Perú, instalará una Constituyente y se convertirá en dictador”.
Lo más interesante de estas opiniones referenciales, es que ambos personajes fueron acérrimos combatientes del padre de Keiko, el tristemente célebre Alberto Fujimori, quien llegó al poder en hombros de unas elecciones que ganó gracias a su enorme popularidad, para luego romper los límites del abuso de poder.
Sin embargo, Castillo ha despertado inquietudes de tal calibre, que ha aglutinado apoyos a la hija del ex presidente, incluso más allá de los pecados capitales que cometió este.
Pero, ¿por qué la inminente presidencia de José Pedro Castillo Terrones despierta tantas suspicacias? Este profesor y dirigente sindical ha presentado rasgos populistas durante su campaña y es percibido como de ultraizquierda por asumir principios del marxismo-leninismo declarados por su partido político Perú Libre, aunque él mismo se define como progresista y no marxista.
Otra propuesta que preocupa es elegir una Asamblea Constituyente para reemplazar la constitución de 1993, heredada del régimen de Fujimori padre. También ha pedido una regulación más estricta de los medios de comunicación.
Y quizá uno de los hechos más preocupantes en esta situación, sea que el resultado es bastante estrecho. Hablando de “males menores”, lo mejor que puede pasar en estos contextos altamente polarizados es la victoria clara de uno de los contendientes; pero ante un margen mínimo de diferencia, se caldean aún más los ánimos.
El presidente del Jurado Nacional de Elecciones de Perú, Jorge Salas, lamentó el “mal favor” que se le hace a la democracia “al hablar de fraudes que no existen”, en referencia a la denuncia del partido Fuerza Popular y su candidata a la Presidencia sobre un presunto “fraude en mesa” en la segunda vuelta de las presidenciales.
Salas calificó de “opiniones” las denuncias de la agrupación de Fujimori, a quien solicitó “cierto cuidado al hablar de fraudes o cosas por el estilo” porque, según él, “no son del quehacer del JNE ni jurados especiales el promover fraudes o querer torcer la voluntad popular”, en declaraciones recogidas por el medio peruano “La República”.
En síntesis, Perú es hoy la tormenta perfecta de América Latina: dividido, polarizado, atrapado entre dos alternativas políticas opuestas y extremas que no aportan al progreso del país y sí a su desgaste.
Y, por si fuera poco, con un resultado de margen estrecho en las elecciones, lo cual potencia la división y la pugna.
De nada parece servir a Keiko apelar a las glorias pasadas de su padre, ni tampoco pedir perdón por sus numerosos y profundos errores. Ha sido derrotada ya en varios procesos electorales y no se le dio la oportunidad de demostrar cuál es su propio perfil.
Y más allá de lo cerrado de los números, inquieta que el discurso de Castillo sea comprado. Una vez más las vísceras parecen ganar la contienda. Hoy, como dijo Bayly, nos permitimos el pesimismo sobre Perú. Ojalá nos equivoquemos, entre otras razones por la enorme colonia venezolana que hace vida allá.