Soy mirandino de nacimiento, he vivido toda mi vida en este estado. Y hoy me permito hablar en primera persona, no para contarles sobre mí mismo; sino sobre lo que he visto, lo que veo y lo que espero llegar a ver en esta entidad territorial que siempre he llamado hogar.
Porque quienes vivimos la fortuna y el orgullo de tener este generoso gentilicio, sabemos lo que es ser bendecidos con todo tipo de riquezas dentro de este estado. Pero también hemos padecido lo que es un inmerecido deterioro de nuestra calidad de vida, hemos sido objeto de una saña inmerecida en nuestra contra por pensar distinto. Hemos sido abandonados por desidia, indolencia, inconciencia, irresponsabilidad.
En los recorridos por pueblos y caseríos no he visto calidad de vida. He visto negligencia, atraso, miseria, pobreza, hambre. Reinan la desidia, mengua, sufrimiento y desesperanza.
Es desgarrador ver cómo en las comunidades más vulnerables la gente no come tres veces al día. Eso no es un secreto, todos lo saben. La cosa es que algunos lo ignoran, otros más lo esconden.
Nos hemos cruzado con gente de comunidades que llevan hasta doce años sin recibir agua.
A cuántos de esos poblados hemos llegado cuando están sin luz. Los artefactos de la gente se dañan por los bajones de electricidad, y no hay esperanza de restablecerlos.
La gente espera un bus hasta 2 y 3 horas. Los vecinos de los Valles del Tuy corren a refugiarse a las 3:30 de la tarde, acosada por la delincuencia. Mientras tanto, nuestra policía gana 2 dólares al mes.
Y la lista podría seguir.
Muchos me han dicho que han perdido la esperanza. Pero no nos podemos acostumbrar a vivir como nos están haciendo vivir. Es una guerra que no podemos perder. Debemos buscar a cada persona con desesperanza y unirla a un proyecto de transformación en el que sean protagonistas, para abrirnos camino a la vida digna que nos merecemos. No podemos tener miedo. La lucha de la razón contra la fuerza bruta siempre será ganada por la primera.
Miranda no se deja. No se trata solamente del muy bien fundado orgullo de ser quienes somos, sino además de nuestras virtudes, basadas en el trabajo, los principios, los valores y el respeto. No esperamos menos que lo mismo en retribución. Y si no lo obtenemos, iremos en su busca.
En los últimos meses me he dedicado a recorrer rincones que me habían sido familiares desde siempre; pero en los que nunca había hurgado con tanta profundidad.
En los callejones de nuestra entidad he hablado con maestros, médicos, enfermeros, policías, bomberos, funcionarios públicos, abuelos, amas de casa, agricultores, cultores y deportistas. Todos recuerdan que, no mucho tiempo atrás, podíamos decidir dónde comprar la comida, si lo hacíamos en supermercados, abastos o bodegas. El sistema de educación venezolano funcionaba. Un profesional, con su estudio y trabajo podía comprar casa y carro. Podíamos aspirar a una vida mejor y ciertamente lograrla. Eso era el pasado. Hoy no es así. Pero puede volver a serlo.
Fue el caso de mi familia. Mi padre nació en uno de los barrios más humildes de Caracas y luego se mudó a Maracay, donde vivió con su tía adoptiva Isabel. Allá, él hacia papagayos desde los 6 años, mientras mi tía hacia helados en su nevera. Ambos los vendían en las puertas de los colegios.
Así, mi papá llegó a ser un profesional egresado de la Universidad Central de Venezuela. Ese ejemplo de sacrificio, lucha, constancia y tenacidad para lograr las cosas, es la Venezuela que queremos. Luchemos por ella.
Luchemos entonces con la fuerza vecinal por una Miranda libre de calamidades. Con trabajo, bienestar, vialidad, servicios públicos, educación, salud y seguridad. Por una Miranda que despierta a todo lo que puede llegar a ser.
Y puedo decir todo esto con propiedad, porque desde nuestra función como servidor público de casi 20 años, nunca hemos dejado solos a los mirandinos que han estado bajo nuestra jurisdicción.
Por eso afirmo que sí se puede, que sí podemos lograr el cambio, no solamente en los 21 municipios y las 55 parroquias de miranda, sino en el país entero.
Los mirandinos no nos arrodillamos ante nadie, solamente ante Dios. Y demostraremos lo que es la fuerza transformadora de un pueblo unido.
Vamos a regalarle orgullo a nuestros hijos, que será lo que sentirán cuando vivan en una Venezuela de progreso y paz. Vamos a devolverle la dignidad a esos abuelos que le dieron toda su vida a Venezuela y que hoy no pueden comprar ni siquiera un paquete de harina con el dinero de su jubilación.
Vamos a trabajar para que puedan volver los mirandinos que están afuera, para que esa despedida no sea para toda la vida, para que no celebremos nunca más el día de la madre por una llamada de celular.
Pronto lograremos el cambio y convertiremos a Miranda en el mejor estado de una nueva Venezuela.