Las recientes elecciones celebradas en Chile para elegir a los asambleístas que tendrán la responsabilidad de redactar la nueva constitución, marcan sin duda un antes y un después en la nación suramericana.
Y es que sus ciudadanos están pasando la página de una historia tan larga como dolorosa a pasos agigantados.
“La Convención Constitucional chilena, que redactará la nueva Carta Fundamental a partir del próximo mes, estará marcada por la diversidad y por la poca influencia que tendrán los partidos tradicionales, de las grandes coaliciones”, titula el diario El País de España.
Las vivencias de ellos en las décadas de los 70 y los 80 fueron turbulentas, dejaron profundas heridas y, aunque lograron un pacto de convivencia que ha sido orgullo para ellos y modelo para muchos, las cicatrices estaban allí, siempre presentes, y siempre amenazando ese modelo de paz y progreso admirable que lograron construir, que fue admiración del continente y del mundo.
La marca de Chile como nación profundamente dividida en lo político es lo que hemos conocido desde entonces. Más de una vez hemos vuelto los ojos hacia nuestros hermanos del sur, conteniendo el aliento. Nunca se ha ido totalmente el temor de que todo lo logrado se vaya por la borda de las pasiones políticas.
Sin embargo, nos acercamos ya a los 50 años de aquellos hechos históricos que los marcaron y los definieron. Por el curso normal de la vida, las cosas tienen que cambiar. Y están cambiando.
Generaciones posteriores a aquellos acontecimientos están tomando las riendas de la opinión pública chilena. La sorpresa, es que parecen no comprar del todo ninguno de los dos discursos que han polarizado a la opinión pública de su nación por varias décadas.
De momento y según la autoridad electoral del país andino, la abstención sumó tres quintos y alrededor de 30% de los asambleístas constituyentes –en un total de 155 escaños– son independientes. Esto muestra un panorama de personas no alineadas con lo que hasta ahora se creía eran dos opciones ineludibles: o se tomaba partido por una o se hacía por la otra.
Los independientes tuvieron un resultado que nadie esperaba. El oficialista Partido Republicano no alcanza el tercio de la convención, necesario para poder negociar las normas de la nueva Constitución: Consiguió solamente 39 escaños, según el escrutinio, y necesitaría al menos 52.
Por su parte la centroizquierda unida en la lista Apruebo —que aglutina a buena parte de la Concertación, que gobernó Chile entre 1990 y 2010—, habría obtenido 25 puestos, incluso por debajo de la lista también de izquierda Apruebo Dignidad, que se queda con 28 puestos en la convención.
Nacida en 1980, en la dictadura de Augusto Pinochet, las Constitución que será derogada tiene una cincuentena de reformas, Cuando las protestas presionaron a la democracia chilena en 2019, la dirigencia ofreció el camino constituyente como vía para canalizar las demandas.
Todo esto sorprende, porque la visceralidad que ha acompañado a aquel debate político por tantos años, parecía no dejar opción, incluso a quienes eran niños cuando esos acontecimientos históricos. Hasta quienes aún no habían nacido parecían no tener escapatoria de militar en alguna de las dos aceras.
Esto hubiera significado salir a votar sin duda, para alinearse con la opción que pudiera garantizar un tinte conservador en la nueva carta magna o, por el contrario, empujar las reformas y los cambios.
No sucedió así.
El hecho de que tres entre cada 5 chilenos haya decidido quedarse en casa, puede tener muchas lecturas. La muestra es que las propuestas no emocionaron, no movilizaron. Quienes hoy tienen unos 30 años, apenas estaban naciendo cuando Chile lograba –por cierto, mediante otro plebiscito– pasar la página de aquellas turbulencias dolorosas que marcaron las décadas de los 70 y los 80.
Ni hablar de quienes hoy apenas alcanzan la edad del voto. Sin duda el contenido de las agendas para ellos es definitivamente distinto.
¿Lecciones? Sí, muchas. Las páginas se pasan, los procesos se cierran, la vida sigue hacia adelante. No se puede detener.
Y para las clases políticas, colocar el oído más en la calle, en la gente; en lugar de luchar por imponer sus propias creencias.
Por supuesto y como suele suceder, cada grupo está interpretando el inesperado acontecimiento de manera diferente. Cada uno espera leer entre líneas aprobaciones para su respectiva posición. Y es que sí las hay.
Un Chile que a la vez rescate lo mejor de estos años en los cuales a ha despertado admiración; pero que corrija también de manera adecuada asuntos pendientes que le permitan no quedarse detenidos en glorias estáticas, sino avanzar hacia un futuro cargado de incógnitas y retos completamente nuevos.