En medio de la eterna convulsión política a la cual parece condenado nuestro continente, el foco de estos días se ha fijado en Perú, con una controversial primera vuelta para las elecciones presidenciales, como corolario a una prolongada etapa de inestabilidad en la primera magistratura.
Y es que este año 2021 está marcado por un ambiente de confrontación política en el país, donde esta primera vuelta ha reducido las opciones a dos contendientes extremistas.
A la extrema izquierda, se encuentra un líder sindical de profesores: Pedro Castillo, defensor de la nacionalización de las industrias y de reescribir la Constitución según parámetros socialistas.
Castillo terminó en primer lugar con 18.5% de los votos; mientras que, hacia la extrema derecha, Keiko Fujimori, hija del exdictador Alberto Fujimori, quedó en segundo puesto, acumulando un 13% de las papeletas emitidas.
Mientras la plataforma del partido de Castillo elogia el enfoque de “libertad de prensa” de Lenin y Fidel Castro, Fujimori promete una “demodura” que suena inquietantemente represiva y que es un neologismo que combina “democracia” con “mano dura”. Otra edición del caudillismo que no terminamos de desalojar y que se enquista cada vez más.
Parece haber caído nuevamente el Perú en el perverso juego de tener que elegir entre dos calamidades, apostando a tener la suerte de votar por la menos perjudicial. Porque los extremos nunca son buenos, y parece que la campaña electoral se desenvuelve como una diatriba entre dos fanatismos, fuerzas potencialmente destructivas, que han abandonado el centro de la sensatez y el entendimiento, que es lo que puede hacer progresar a una nación.
El panorama se enturbia aún más porque, en los últimos cinco años, los enfrentamientos entre el Congreso y el Ejecutivo han marcado la política peruana.
Todo indica que, cuando un nuevo gobierno se instale en julio –tras la segunda vuelta–, estos problemas continuarán. Ni Castillo ni Fujimori tendrán mayoría suficiente en el Congreso para tener una relación plácida con el Legislativo.
Para tener una medida de hasta dónde ha escalado la situación, baste decir que esta nación ha tenido cinco presidentes en igual número de años. Y las cruentas polémicas entre los dos poderes han tenido mucho que ver con eso.
Quizá lo más lamentable sea que la economía del país había crecido de manera sostenida cada año entre 1999 y 2019, y los frutos se compartieron ampliamente: La tasa de pobreza se redujo en dos tercios en los últimos 15 años, y la pobreza extrema en cinco sextos. Entre el año pasado y lo que va de este, todo ese camino avanzado parece estar desplomándose a pasos agigantados.
La producción económica cayó 11.1% en el año que terminó, y dos millones de personas volvieron a caer en la pobreza.
El COVID-19 es la causa la pérdida de legitimidad de la clase política peruana. La realidad es que, a pesar de todo su progreso económico en las últimas dos décadas, el Perú carece de una infraestructura administrativa y de salud pública de alta calidad. Como resultado directo de eso, el país ha registrado una de las tasas de muerte por COVID-19 más altas del mundo.
Sin embargo, la causa estructural del descontento es la persistente corrupción oficial, aunada a las disputas entre facciones y los juegos de poder.
Quizá la vuelta de tuerca más insólita en esta recalentada situación, sucedió cuando el Premio Nóbel de Literatura Mario Vargas Llosa endosó la candidatura de la señora Fujimori. Algo inimaginable dos décadas atrás, cuando el escritor vivo más trascendente de Perú combatió visceralmente a su padre, el exmandatario Alberto Fujimori.
En una columna publicada en el diario mexicano Crónica, titulada “Asomándose al abismo”, el novelista afirmó que “He combatido al fujimorismo de manera sistemática, como lo he hecho con todas las dictaduras de izquierda o de derecha, creo que en las elecciones que se vienen –las de la segunda vuelta-, los peruanos deben votar por Keiko Fujimori, pues representa el mal menor y hay, con ella en el poder, más posibilidades de salvar nuestra democracia, en tanto que con Pedro Castillo no veo ninguna”.
Vargas Llosa, uno de los líderes de opinión pública más influyentes de la nación suramericana, dijo también que Pedro Castillo, tiene propuestas “de extrema izquierda en el campo económico, y de extrema derecha en el social”, inspiradas por los expresidentes de Bolivia y Ecuador Evo Morales y Rafael Correa, respectivamente. Un coctel molotov particularmente explosivo en la política de la región.
¿Cambiará la influencia del escritor la balanza política peruana? Lo sabremos en junio. Y apostamos por la estabilidad y el progreso de otra de nuestras naciones hermanas, donde por cierto existe una enorme colonia venezolana. Ojalá sea posible.