Ecuador da hoy buenas noticias, en medio de la desesperante y muchas veces frustrante búsqueda latinoamericana por un destino mejor. Guillermo Lasso, el candidato conservador, se proclama victorioso, ante la aspiración continuista del expresidente Rafael Correa, por interpuesta persona de su candidato Andrés Arauz.
El exbanquero de 66 años mantuvo la ventaja sobre Arauz, en una contienda en la que el movimiento indígena salió de su rezago e impulsó un cambio en el debate.
El gran perdedor fue un candidato de 36 años designado por Correa. Y de esta manera, también pierde el correísmo, otro más en la larga y penosa lista de “ísmos” que lastran a nuestro continente.
“Este es un traspié electoral”, dijo Arauz a sus seguidores en un hotel de Quito, la capital de la nación. Y continuó: “Hoy no es un final, es el comienzo”. Una actitud que no sorprende y es absolutamente lógica en el candidato derrotado.
Sin embargo, el nominado del correísmo fue más allá y convocó a la unidad nacional del Ecuador. También dijo que llamaría a Lasso para felicitarlo. Gestos que se agradecen y que hablan de madurez política en la nación suramericana; en tiempos y latitudes que más bien se caracterizan por cantar fraude cuando los resultados son adversos. Ojalá que sean presagios de tiempos más calmados, en una nación que se ha caracterizado por cataclismos políticos, como suele suceder en Latinoamérica.
Pero ojo, que el acecho del correísmo aún no se ha conjurado. El candidato en cuestión sacó suficiente votación como para salvar el capital político de su movimiento y entronizarse a nivel de ser la segunda fuerza del país.
Según los datos del Consejo Nacional Electoral ecuatoriano y con más del 98% de las actas contabilizadas, Lasso, que hizo su tercer intento de llegar a la presidencia, acumula 52,5% de los votos, frente al 47,50% de Arauz, el heredero que no pudo alcanzar su objetivo.
Y como el pasado es el mejor profeta del futuro, no puede dejar de despertar inquietud la presencia de una fuerza que, aunque ha demostrado un cambio en su actitud, también arrastra un expediente de excesos desde sus tiempos en el poder.
Quizá el peor de todos fue, justamente, el querer eternizarse en el poder. Otro mal de la región, que parece no poder ser jamás superado.
Y en este caso, más allá de la tradicional veneración del caudillo a la que tan acostumbrados estamos, con Correa el asunto económico no se fue de las manos e incluso exhibió logros. Algo que ciertamente es un punto flaco de muchos líderes populistas y que él pudo contener.
«Correa es la principal fortaleza del correísmo, porque sin Correa no hay correísmo, pero a la vez es su limitante», explica el analista político Jacobo García.
Para García, este movimiento fue muy exitoso para ganar elecciones; pero fue incapaz de lograr una mayor institucionalización como movimiento más allá de su líder. Otro de los grandes riesgos de los personalismos.
En todo caso, lo cierto es que el expresidente ha protagonizado las últimas cinco elecciones presidenciales, sea dentro o fuera de la boleta electoral, y de su apellido han nacido los sustantivos «correísmo» y «anticorreísmo», los adjetivos «correísta» y «anticorreísta», y hasta el verbo «descorreizar».
Lo cierto es que este movimiento, que usa a la izquierda como mascarón de proa, no logró aglutinar a los otros movimientos izquierdistas del país para hacer un solo frente; y más bien fue objeto de críticas por su propia inconsistencia.
Seguidores de la campaña criticaron la pobreza del discurso de Arauz, quien se limitó a acusar a Lasso de “banquero”. No es delito haberlo sido, y más bien es una fortaleza, ya que, por ello, el ganador exhibe habilidades gerenciales.
En contrapartida, el nuevo presidente electo utilizó un lema muy sencillo que caló hondamente: “El Ecuador del Encuentro”. Al apostarle a una propuesta tan simple como emotiva, el electorado demostró que estaba colmado del divisionismo que ha caracterizado el discurso de Correa y sus seguidores. El “nosotros” contra “ellos” no fue comprado en este caso, después de haber marcado al país por más de 15 años. La gente le puso un punto final, al menos en esta oportunidad. Y eso es una buena noticia.
Para la consultora política Wendy Reyes, el voto no fue ideológico. Este factor no habría influido tanto en el resultado final como el contexto en el cual se dio esta contienda.
«No fue un voto ideológico sino emocional: esto de qué tipo de sistema quieres, la banca o el Estado, se debate en la Academia; al ecuatoriano -en momentos en que la salud y la economía están en juego- lo que le importa es quién le va a resolver los problemas».
Al menos hoy, Ecuador ha apostado por un cambio y una alternativa. Por el futuro del continente, esperemos que salga bien.