Los más recientes episodios de agresiones a venezolanos inmigrantes en distintos países, han sido un golpe bajo para todo nuestro gentilicio. Y es que, al dolor de la injusticia padecida –enorme en sí misma– se une esa profunda herida que significa el ver vejado a un compatriota.
Desde hace ya unos años, cuando el éxodo desde nuestro país se intensificó, hemos sido amargamente sorprendidos por informaciones que nos dan cuenta de que, en algunos lugares, nuestros hermanos no son bienvenidos.
Se añade así un nuevo peso a la ya difícil vida de nuestros migrantes. No solamente se trata de dejar atrás historia, afectos, pasado y logros. Además de enfrentar la incertidumbre y el enorme esfuerzo de volver a construirse desde cero, el temor de la amenaza del odio siempre anda por ahí. Un odio basado sencillamente en el origen nacional de los recién llegados.
Las agresiones hacia ellos han ido escalando, hasta llegar incluso a desenlaces fatales. Y, por si fuera poco, la presión colocada por la pandemia del COVID-19 en los asuntos migratorios ha empeorado mucho más el asunto.
Partimos de creer que son minorías ínfimas las que perpetran estos actos condenables. El asunto es que, aunque los buenos sean más, estos personajes son los que hacen más ruido. Y no solamente concretan sus acciones cargadas de odio, sino que, al captar el foco de la atención pública, tienden a reproducirse y a multiplicarse.
Recientemente hasta se han llegado a presenciar comentarios muy poco afortunados de parte de funcionarios públicos de alto rango en algunos países cercanos.
Este punto en particular constituye un hecho deplorable, por la formación, compromiso y ética que debería tener quien pretenda representar a la población en un cargo de elección popular. Sin embargo, queremos subrayar nuevamente que estos episodios en particular han constituido casos aislados, que han recibido su merecida condena pública y que esperamos no se vuelvan a ver.
Incluso, el pasado sábado 20 de febrero, una sede diplomática venezolana en Perú fue atacada por manifestantes, con piedras y otros objetos, en un acto extremadamente grave y que debe encender las alarmas en cuanto a la situación de rechazo que pueden llega a enfrentar muchos venezolanos que se encuentran en diversos países.
La condenable acción estuvo supuestamente justificada ante el asesinato de un joven, el cual presuntamente habría sido cometido por ahondar en un tema muy delicado, como lo es el hecho de que un compatriota pueda incurrir en un acto delictivo durante su estadía en algún país que lo acogió.
En primer lugar, es un absurdo fuera de toda proporción el hecho de caracterizar a quien comete un delito únicamente por su nacionalidad.
Y adicionalmente, es por igual desquiciado cargar a todo un gentilicio con la culpa de un solo individuo.
Dicho sea de paso, el caso aún se halla bajo investigación y tocará espera las conclusiones de las autoridades competentes, quienes evidentemente deberán condenar al culpable, independientemente de su origen.
De cara a esta situación tan dolorosa como compleja, ¿hay algo que podamos hacer para contribuir a contenerla?
El sociólogo venezolano Tomás Páez explica que los actos xenófobos pueden ser consecuencia de cómo se maneja la migración venezolana en la prensa y por ello señaló que se debe concientizar a los medios de comunicación de cualquier parte del mundo para que le den un mejor trato a la noticia y así evitar este tipo de actos. “El manejo de la prensa contribuye”, apuntó.
Por otro lado, el servicio informativo de La Voz de América relata que, en Perú, una iniciativa busca combatir la xenofobia hacia los venezolanos a través del deporte. Niños y jóvenes son los protagonistas de este programa impulsado por ACNUR, el organismo de las Naciones Unidas para Refugiados y uno de los equipos de fútbol más importantes del Perú. Es solo un ejemplo de cómo enfrentar con acciones concretas la xenofobia.
Son muchas las naciones que han abierto las puertas a venezolanos, empezando por las vecinas de la región, incluso a pesar de que las cantidades de compatriotas que cruzan sus fronteras huyendo de las calamidades que azotan a nuestro país, son cada vez mayores.
En esto tenemos que ser firmes. La xenofobia es una de las mayores taras de la historia del hombre y muchas nacionalidades la han padecido a través de la historia. Es nuestro deber condenarla, no solamente como venezolanos, sino como seres humanos.
Y en cuanto a nuestros compatriotas, no toca otra que unirnos en su defensa. Sin ser cómplices de quienes se desvíen de la ley; sabemos que la buena voluntad acompaña a la enorme mayoría de los coterráneos que se aventuran hacia otras latitudes.