La reciente primera vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador no ha hecho más que confirmarnos el terreno resbaladizo en el cual se sigue moviendo la política de nuestro continente, así como la fragilidad de nuestras inestables democracias.
El asunto es que, a casi dos semanas de la primera vuelta de los comicios, el futuro político de esa nación sigue marcado por la duda.
Los números de la cita electoral del domingo 7 de febrero dieron como ganador a Andrés Arauz, el candidato del movimiento ligado al expresidente Rafael Correa, con un 32,7% de los sufragios.
Sin embargo, ese resultado no es suficiente para considerarlo ganador en la primera vuelta, por lo que los ecuatorianos deberán citarse nuevamente en los centros electorales el próximo 11 de abril.
Adicionalmente, queda por resolver otro asunto aún más complejo, políticamente hablando: todavía no se sabe quién será su rival en la mencionada segunda vuelta.
Al respecto, continúa la incertidumbre, con el candidato indígena Yaku Pérez, quien se adjudicó el 19,38 % y el empresario Guillermo Lasso con un 19,74 % de los sufragios, disputándose el segundo puesto.
Valga decir que el margen evidentemente tan estrecho, hace posible que cualquiera de los dos candidatos sea el contendor de Arauz, mientras Pérez canta fraude y las ilusiones alrededor de Lasso se desinflan.
Un hecho que lamentan los más fervientes detractores del exmandatario, quienes veían en el hombre de negocios al contrincante ideal para enfrentar la temida continuidad del correísmo.
Y es que el turbio panorama electoral ecuatoriano tiene que ver con el hecho –increíble para muchos– de que aún Rafael Correa siga siendo una brújula y un norte en el panorama de poder de la nación suramericana.
La presidencia de Correa fue sin duda muy controvertida. Enmarcada históricamente en una época de caudillos y personalismos que arropó a todo el continente, parecía estar terminada cuando llegó a un final abrupto, que arrojó serias dudas sobre su gestión.
El autoritarismo y el abuso de poder alegado por sus adversarios hicieron suficiente ruido como para dejarlo marcado de por vida, incluso con un exilio que se debió a las causas judiciales que se le siguieron.
Sin embargo, y por el otro lado, también abundan los defensores de Correa, como bien se puede ver en el hecho de que su candidato haya resultado favorecido en la primera vuelta electoral.
Suficientes sufragios como para un primer lugar, son un asunto que da para pensar en el marco de la muy característica forma de ver la política en nuestro continente.
El autoritarismo, el personalismo y el continuismo tiene sus detractores, pero también sus adoradores. Y hay quienes están dispuestos a hacerse de la vista gorda ante ciertos principios democráticos, siempre y cuando el líder en cuestión tenga carisma ante los ojos de estas personas, o al menos se vea la posibilidad de obtener algún tipo de beneficio, en el marco de promesas populistas.
Lo cierto es que, más allá de sus alegados abusos de poder, Rafael Correa sí presentó logros en la economía y la calidad de vida de la gente. Un hecho que no excusa sus excesos ni sus ganas de perpetuarse; pero que sí le da un cierto sentido lógico a las simpatías que aún despierta su movimiento.
A pesar de esto, hay que señalar que el pueblo ecuatoriano tampoco es incondicional al respecto. De haberlo sido, su candidato hubiera arrasado en la primera vuelta, o al menos hubiera obtenido la cantidad de votos necesarios para evitar ir a una segunda confrontación en las urnas, lo cual no sucedió.
Pero, por otro lado, para los dos candidatos que disputan el segundo lugar en este momento, tampoco parece ser suficiente discurso el venderse simplemente como una opción distinta a este cuestionado movimiento.
Que este hombre fuerte sea el pivote de la discusión política en Ecuador, parece ser más bien un acto de subestimación contra un electorado que se ahoga en problemas más complejos, que lucen simplificados por las candidaturas y agravados ahora por la desconfianza que se arroja ante el sistema electoral de esa nación.
Márgenes estrechos y discursos altisonantes que no tocan fondo son el escenario actual, acompañado de protestas y reconteos que no hacen sino crispar aún más el ambiente.
Ecuador es hoy el espejo del divorcio entre las ambiciones políticas de la dirigencia y las necesidades urgentes de la ciudadanía. Una brecha que se abre cada vez más, que no es nueva, que conocemos bien y que puede ser muy difícil de salvar.
Lo peor es que, como ya lo sabemos bien, nuestra región está entretejida en esta compleja red de desatinos políticos, y los efectos de contagio se producen sin remedio.