Con la toma de posesión de Joe Biden, Estados Unidos estrena a su cuadragésimo sexto presidente. El mundo ha observado una vez más el cambio de poder en una de las democracias más sólidas y emblemáticas del planeta.
En primer lugar, hay que echar la película hacia atrás y analizar lo que fue una de las campañas más apasionadas y virulentas, de la historia reciente de Estados Unidos.
Con su estilo frontal y a veces altisonante, el presidente saliente Donald Trump hizo gala del tono que le dio popularidad como hombre de negocios, como figura de medios y como político.
Biden, por su parte, manejó un matiz conciliador y conservador, que para muchos iba a ser avasallado por el mandatario en funciones que aspiraba a repetir.
¿Qué sucedió para que todo cambiara?
Hace un año, todos daban por sentado que Trump repetiría. Es tradición que el estadounidense tome la economía referente a la hora de votar. Si va bien, favorece al presidente en funciones, en caso de que este pueda ser reelegido. Si va mal, entrega el testigo a su oponente.
Con Trump el crecimiento económico había sucedido. Lo había heredado de su antecesor, Barack Obama, y lo había mantenido por el buen camino.
Su estilo tremendista estaba marcando su gestión; pero muchos estaban dispuestos a obviarlo, siempre y cuando los números estuvieran en azul.
Sin embargo, llegó la pandemia y con ella lo que muchos consideran un mal manejo de la misma. Trump se ha justificado explicando que no quería alarmar a la población; pero lo cierto es que sus medidas ante la crisis fueron tardías e incompletas.
Aunque, en honor a la verdad, hay que decir que el COVID-19 se hubiera levado por delante a cualquier presidente estadounidense. Por mejor que hubiera sido su desempeño, el coronavirus atacó de sorpresa y aún las medidas más atinadas hubieran sido insuficientes.
Y, más allá de la lamentable noticia de los cientos de miles de fallecidos, aconteció lo más temido para el mandatario: se abrió un boquete en la economía, los números se pusieron en rojo, se entró en recesión y subió alarmantemente el desempleo.
Paralelamente, y en un año electoral atípico por la situación, no se veía un contrincante que pudiera derrotarlo por parte del opositor Partido Demócrata. Más de una decena de aspirantes hacían lucir el panorama turbio y ninguno parecía tener la talla del magnate de los bienes raíces.
Cuando se escogió a Joseph Robinette Biden Junior como el abanderado azul mediante elecciones primarias, poca gente apostó a sus posibilidades. Su avanzada edad –cuatro años mayor que Trump– y su tartamudez, parecían pesar demasiado en contra.
Sin embargo, se subestimó su veteranía política de más de 45 años, 37 como senador y 8 como vicepresidente de Obama. La pandemia hizo el resto. Como bien se dice, en política no está nada escrito. Y, parafraseando la famosa fábula, la tortuga le ganó una vez más a la liebre.
Quizá la mayor sorpresa vino después, cuando Trump reclamó reiteradamente fraude en el proceso electoral. Pero más de 50 demandas fueron destinadas por las cortes; incluso por aquellas que presiden jueces de su misma tendencia política.
Y así, EEUU entró en un nuevo período presidencial.
Biden reveló que al llegar a la Casa Blanca encontró una carta de su predecesor, algo que se ha vuelto costumbre en el traspaso de poder en Estados Unidos, posiblemente la única tradición que Trump no rompió.
No compartió el contenido del mensaje, pero no descartó hacerlo en un futuro: «Debido a que era privado, no hablaré de eso hasta que converse con él. Pero fue generoso», dijo el presidente a los periodistas.
¿Cómo pueden cambiar el país –y el mundo– con el nuevo jefe de gobierno norteamericano?
En principio, está marcando a su grupo de trabajo con la mayor diversidad posible, una gestión que ha anunciado como incluyente. Ejemplo es su vicepresidente, Kamala Harris. Mujer de color e hija de inmigrantes, por primera vez una dama ocupa el segundo cargo más alto de la nación.
El nuevo presidente tiene una tarea gigantesca frente a él: acabar con la triple crisis que atraviesa EEUU: sanitaria, económica y social.
Biden ha repetido una frase desde que ganó las elecciones: «Estados Unidos está de vuelta».
Se trata de un mantra dirigido tanto al resto del planeta como al interior de su país.
Su intención abierta es que Washington vuelva a «liderar el mundo», después que el presidente Trump replegara a la nación de acuerdos internacionales, amén de desestimar viejas alianzas y organismos multilaterales.
En lo interno, el nuevo primer magistrado pretende enterrar los tiempos polémicos que caracterizaron al gobierno saliente, con el propósito también declarado de «sanar» y «unificar» al país. Por el bien de todos, esperemos que tenga éxito.