En medio de la dura prueba que está atravesando el gentilicio venezolano desde hace tanto tiempo, uno de los pilares para resistir es su espiritualidad. La creencia en esos valores que nos han inculcado de generación en generación, ha sido la tabla de salvación para superar este naufragio en mares desconocidos para nosotros, que se ha prolongado por tanto tiempo.
Y para hacer las cosas aún más complicadas, ahora debemos también lidiar con la inesperada presencia del COVID-19, que ha costado dolorosas pérdidas de vidas y que nos mantiene en vilo, incorporando a nuestra rutina todas las medidas recomendadas para intentar evitar el contagio y de esta manera protegernos a nosotros mismos, tanto como a los nuestros.
En estos días y por nuestras calles, hemos observado la tenacidad de nuestros compatriotas por mantener vivas las costumbres navideñas, de una manera emocionante y conmovedora.
Se hace el sacrificio que sea necesario para llevar el plato navideño a la mesa, para adornar el hogar con el pesebre y su Niño Jesús, para que a los hijos no les falte el regalo que satisfaga algún deseo o premie los logros del año que termina.
En especial muchos venezolanos con quienes hemos conversado nos han reiterado su inquietud por lo inalcanzable que parece la hallaca en este momento. Ese manjar sencillo y exquisito a la vez, que conocimos en cantidades abundantes durante tiempos mejores, luce esquivo y exiguo este año. La cantidad de ingredientes que exige y el precio que han alcanzado, lo colocan muy alejado de la realidad del trabajador promedio de Venezuela.
También se intenta mantener en lo posible, el tradicional estreno de Navidad y de Año Nuevo; que ha cambiado su significado porque, ya más que un gusto, es quizá la única ocasión de poder permitirse comprar ropa nueva.
Incluso en momentos tan adversos, el hábito dadivoso del venezolano sigue en pie y quienes no están en las mejores condiciones económicas han podido conseguir la manera de donar para quienes son menos afortunados, y que de esta manera el espíritu de estos días pueda alcanzar a más ciudadanos. Otro gesto que habla de la buena madera de la que está hecha nuestra gente.
Incluso, en una muestra del sincretismo de nuestra cultura, se puede ver en algunos lugares al celebrado San Nicolás o Santa Claus, que cobra vida a través de voluntarios que se disfrazan y aparecen en lugares públicos, con la única intención de regalarles unos momentos de magia a los pequeños.
Y esto no es para nada fácil. Es muy duro, porque en este mes las expectativas suben, de cara a los compromisos familiares que hay que satisfacer, mientras todo el año se ha convertido en una prueba cuesta arriba que hay que superar día a día.
Las exigencias superiores de estas fechas para honrar las justas y justificadas expectativas, convierten todo lo que es cotidiano en un ejercicio mucho más difícil. Muy lejos han quedado aquellos tiempos en los cuales el bono navideño, el tradicionalmente llamado “aguinaldo”, servía para pintar la casa, comprar electrodomésticos o incluso permitirse un viaje.
La indetenible marcha atrás de nuestra calidad de vida no hace sino confirmar el rumbo errado que hemos llevado por largo tiempo y que hace que cada vez nuestro trabajo valga menos y nuestras legítimas aspiraciones luzcan más y más inalcanzables.
Pero no nos dejamos amilanar. Por el contrario, nos hacemos más creativos, más tenaces y más resilientes. Incluso, más solidarios. Es que si de algo hemos aprendido en esta tierra, es de solidaridad. Y la ejercemos con especial compromiso en estos días significativos, que moldean la esperanza por un futuro más prometedor.
Porque para quienes somos gente de fe, este es el momento para elevar nuestras peticiones personales, familiares y por el país. Creemos firmemente en que los tiempos por venir deben ser a fuerza mejores, que no hay mal que dure 100 años y que todo ciclo se cierra.
Justamente la calidad del venezolano que está quedando demostrada en estos días, que son a la vez festivos y trascendentes, nos lleva a la certeza de que nosotros mismos precipitaremos la llegada de un porvenir de luz.
Porque para eso son estos días, para aferrarnos a la esperanza de que todo va a ser mejor, porque lo estamos ganando con nuestro recto proceder y nuestro apego a la fe que profesamos.
Navidad es nacimiento y es renacer. Y aunque no lo podamos ver, debemos tener la certeza de que está tomando forma, más allá de donde llega el alcance de nuestros ojos.
La tenacidad y la constancia de nuestra gente es lo que mantiene en pie la fe de un futuro mejor. Porque ni las pruebas más adversas que hemos confrontado, han logrado doblegar la esencia buena del venezolano. Está aquí, presente y viva. Sin duda, estará con nosotros para siempre.
David Uzcátegui.