“A las 8:14 era un día soleado, a las 8:15 era un infierno”. Así puede cambiar la vida en segundos, y así acaba de suceder en Beirut. La devastadora tragedia de la capital de Líbano ha sido noticia mundial en las últimas horas, tras la explosión de proporciones dantescas que sacudió su puerto este martes pasado, dejando hasta el momento al menos unos 137 fallecidos y más de 5 mil heridos. Una tragedia humana que sobre pasa el horror.
Se teme, sin embargo, que esas cifras aumenten debido a la cantidad de desaparecidos que pueden estar entre los escombros de los edificios colapsados. Los boletines noticiosos apuntan que los daños se extendieron por toda la ciudad, donde viven más de dos millones de personas. Según los testigos, la detonación se sintió a varios cientos de kilómetros.
Para darnos una idea de las dimensiones de lo acontecido, tomemos nota de que el Servicio Geológico de Estados Unidos señaló que la explosión fue equivalente a un terremoto de magnitud 3,3 en la escala de Richter.
Por otra parte, un equipo de especialistas de la Universidad de Sheffield, en el Reino Unido, estima que fue del equivalente a entre 1.000 y 1.500 toneladas de TNT, un 10% de la magnitud de la tristemente célebre bomba atómica de Hiroshima.
Las autoridades de Líbano apuntan que la magnitud de lo sucedido puede deberse a la explosión de una gran cantidad de fertilizante depositado inadecuadamente durante seis años en un almacén en el puerto.
Se calcula que podríamos estar hablando de aproximadamente 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas de forma insegura. No se sabe, sin embargo, cuál fue el detonante, mientras el país transita por unos dolorosos días de duelo nacional.
El profesor Andy Tyas, que lideró el trabajo, afirmó: “Cualquiera que sea la carga precisa, lo que es incuestionable es que es la explosión no-nuclear más grande de la historia”.
Esa tragedia sorprende al Líbano en un momento especialmente delicado de su historia, cuando está atravesando por una compleja crisis interna y adicionalmente se desenvuelven conflictos cuyas tensiones amenazan con escalar, de cara a sospechas de que el incidente pudiera haber sido provocado.
La situación ha puesto de relieve las divisiones en la sociedad libanesa, donde muchos ciudadanos acusan a la élite política de acumular riqueza y dejar a un lado las reformas necesarias para resolver los problemas del país.
Los cortes de electricidad, la falta de agua potable y el acceso limitado a la salud pública se han convertido en parte de la rutina de buena parte de la población.
Además, la pandemia de covid-19 ha puesto al sistema sanitario bajo una presión todavía mayor, a lo que se suma ahora la llegada de miles de heridos por la explosión a los hospitales de la capital.
En todo caso, las aventuradas hipótesis de que las detonaciones pudieran haber sido provocadas, tendrán que esperar a que las investigaciones –de enorme complejidad– arrojen sus resultados. Por ahora, el entorno apunta a un lamentable accidente, que pudo haber sido evitado con las estrictas medidas de precaución que deben tomarse con una sustancia que sirve como fertilizante, pero que también toma parte en la fabricación de cierto tipo de explosivos.
Las duras lecciones de este tipo de desgracias son siempre las de tomarse la seguridad en serio y con excesivo celo. Es preferible pasarse de largo en las medidas y ahorrarse el sufrimiento de vidas humanas que se pierden sin sentido.
Aunque hasta las más estrictas precauciones dejan escapar algún imprevisto traicionero, siempre ahorran desgracias cuyo peso es insoportable porque pudimos evitarlas.
También se puede ver, por fortuna, la cara buena de la humanidad. La ayuda internacional se ha manifestado de inmediato y la Unión Europea ha picado adelante, con el envío de unos cien bomberos altamente especializados en este tipo de tragedias, acompañados incluso de perros especialmente entrenados para detectar sobrevivientes entre los escombros en este tipo de desgracias.
Otra lección que, por cierto, nos queda: la necesidad del entrenamiento y dotación de brigadas especializadas para este tipo de contingencias.
Tras el duelo y las investigaciones, tendrá que venir la reconstrucción. El gobernador de Beirut, Marwan Abboud, dijo que los daños costarán entre 3.000 y 5.000 millones de dólares estadunidenses.
Por ahora, no se pueden contabilizar las cantidades de personas sin hogar, incluyendo a aquellos cuyas viviendas quedaron en pie, pero están sin servicios o deben ser evaluadas por riesgos de desplomes parciales o totales.
Un gran reto por delante para una nación que fue sorprendida por la desgracia y cuyos conflictos internos y externos parecen ahora potenciados por un suceso que, sin duda, ha picado en dos su historia.
David Uzcátegui.