Según el diccionario, la paradoja es una “Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que expresan contradicción”.
Actualmente, los venezolanos somos prisioneros de una paradoja insólita: en el país con las mayores reservas petroleras del mundo, la gasolina es un bien sumamente difícil de conseguir.
A ojos vista están las estaciones de gasolina cerradas, así como las largas colas que se forman ante los contados establecimientos que pueden surtir de combustible. Enrevesados mecanismos para racionar el consumo van y vienen, estrellándose todos contra la realidad: no solucionan.
Por si esto fuera poco, la crisis mundial por la pandemia del nuevo coronavirus COVID-19 ha golpeado con especial inclemencia a la industria petrolera internacional, con la caída del consumo y, por ende, de los precios.
En esta parte del problema, no estamos solos. Ha afectado a todos los países productores y exportadores. El asunto está en que a nosotros nos encuentra en nuestro momento de mayor vulnerabilidad. Con una industria poco eficiente, sin ahorros y ahora a precios de exportación que están por debajo de lo que cuesta producir; es decir, vendiendo a pérdida.
Esto último es una realidad que ha llegado a golpear al negocio entero a nivel global, pero quizá ninguna de las naciones afectadas esté tan vulnerable como Venezuela.
La única solución sería atacar el problema, ir al fondo, y extirparlo. Pero, ¿qué es lo que sucede? ¿Cómo es posible? ¿Por qué llegamos hasta aquí? Y lo que más nos inquieta: ¿podremos salir? ¿De qué manera?
Lo primero, es recordar y reconocer que no estamos ante un problema nuevo. Desde hace ya bastante rato se presentó y viene escalando progresivamente. Como suele suceder con este tipo de asuntos en nuestro país, se comenzó a presentar en áreas remotas y se mantuvo a la capital lo más resguardada posible, por ser algo así como la vitrina de la nación.
Pero, al igual que ha sucedido con otros suministros vitales, al final el problema tampoco fue ajeno a Caracas.
Y una vez más, manda la implacable ley de oferta y demanda. Si no se consigue la gasolina, o si cuesta tanto conseguirla, los precios se van a las nubes, se genera un mercado paralelo.
De la gasolina más barata del mundo, pasamos a una de las más costosas, y aún no entendemos cuándo ni cómo.
Hay un discurso que señala a un bloqueo internacional como responsable; pero lo cierto es que no se consigue explicación a por qué dependemos de afuera para nuestro combustible, cuando nos hemos ufanado tanto de ser uno de los países productores y exportadores por excelencia.
Primero que todo, hay que decir que nos enfrentamos con piedras en el camino que proceden de muy vieja data. La producción de la industria petrolera nacional ha venido decayendo consistentemente en los últimos años y ahora sí es verdad que Petróleos de Venezuela es una caja negra, de cuyo real desempeño no tiene información nadie.
Por si fuera poco, estamos viviendo las consecuencias de colocar las lealtades políticas por encima de las credenciales profesionales. Por ello, no es de extrañarse que la productividad ruede pendiente abajo, si la empresa no está en las manos más idóneas para su desempeño.
Por estos días, la cuarentena decretada con motivo de la pandemia del coronavirus ha servido para solapar la baja oferta de combustible en el mercado interno venezolano. Pero nosotros, al igual que todo el mundo, no podemos permanecer confinados indefinidamente. Las naciones ya marchan hacia prudentes y escalonadas reaperturas, una situación que, cuando nos suceda, nos enfrentará con la realidad: el país tiene serios problemas para movilizarse. Y esto alarma, entre otros sectores, muy especialmente a los productores de alimentos. Ellos advierten que no tienen cómo transportar sus productos hasta los expendios.
¿Soluciones? En estos días se ha dado a conocer un plan de reestructuración de Petróleos de Venezuela que pareciera apuntar hacia la sensatez, y corregir algunos de los errores que se han venido cometiendo desde hace mucho tiempo. Entre otros, se propone dar mayor participación a la empresa privada y cerrar las actividades no petroleras de la compañía. De entrada, suena muy razonable. Se ha debido hacer antes.
El asunto más espinoso es que se ha estigmatizado a la empresa privada desde hace muchos años. Las marchas y contramarchas en la administración de nuestro país que ha presenciado el mundo, nos han marcado con una desconfianza ganada a pulso; más aún con los lamentables resultados que se han logrado al comerse la flecha de las más elementales leyes de la economía.
Y para colmo, estamos contra reloj. Se esperó a tener la soga al cuello para reconocer los errores. El daño es profundo, la recuperación no es fácil, el tiempo no ayuda.
David Uzcátegui.