La reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela sobre los partidos políticos Acción Democrática, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo, constituye a nuestro juicio un ruido en la situación política actual que alejará mucho más a la ciudadanía del instrumento del voto.
Y es que lo que suceda a puertas adentro de cada organización política debe ser asunto de sus militantes y entre ellos debe ser resuelto. Solamente de esa manera se asegura que estas colectividades ciudadanas tengan una representación acorde con su visión de país.
Como bien dijera alguna vez el político estadounidense Albert Emmanuel Smith, los problemas de la democracia solamente se resuelven con más democracia. Y en el supuesto de que existieran problemas internos en algún partido político, es allá adentro donde se deben resolver. Con el máximo ejercicio posible de democracia de sus militantes.
El hecho de que haya sido un ente externo a estas agrupaciones el que haya tomado las decisiones en cuestión, de cara a una eventual cita electoral en el corriente año, es pues a nuestro juicio y lamentablemente, una acción que detona un revés y complica aún más el ya muy enrarecido panorama político venezolano.
En este sentido, la principal urgencia de Venezuela al momento actual es apuntalar la representación verdadera del sentir nacional en la mayor cantidad posible de organizaciones políticas. Y que sean ellas mismas quienes decidan, bajo el solo y legítimo escrutinio de su militancia, sus propuestas y acciones para proponer y concretar un rumbo diferente a Venezuela.
Queda preguntarse de aquí en adelante qué se puede esperar del universo de partidos electorales en nuestro país, de cara a un futuro inmediato, el cual está lleno de dudas e incertidumbres.
Desde nuestra perspectiva, es sumamente grave que los electores sientan que, con esta acción, los partidos afectados pierden su capacidad de representarlos, ya que sus posiciones y acciones no se corresponden con un reflejo de sus seguidores, sino con una imposición externa y vertical, que resulta totalmente inorgánica.
Y no estamos hablando desde el punto de vista jurídico, sino del estrictamente político. A todos nos interesa que este país haya válvulas de escape de la extraordinaria presión que la ciudadanía siente en su existencia cotidiana desde hace mucho tiempo, y que no hace sino aumentar con cada suceso adverso que se va sumando a su ya muy extensa cadena de padecimientos.
Con el nuevo panorama que dejan estos acontecimientos, no vacilamos en afirmar que se le cierra una puerta en la cara a la gente que está ansiosa de cambio, que sin duda es una abrumadora mayoría. Y esto sucede porque, de la manera que quedaron configurados, estos partidos no van a ser percibidos como representación de los anhelos justos de cambio; sino más bien como cascarones vacíos, destinados a cumplir un simple trámite burocrático para acudir a una cita electoral.
Sin llamar a la abstención ni ser abstencionistas –como bien ha constado desde siempre en nuestras posiciones públicas–, la mayor tragedia tras lo sucedido será la desmovilización ciudadana.
Si algún sentimiento ha ido cavando hondo en la percepción de la gente, ese es el de la impotencia, el de sentir que cada vez las soluciones están más lejos y que escapan de sus manos y de sus posibilidades las alternativas de hacer algo.
Y en este sentido, los partidos políticos han sido los grandes mediadores, al aglutinar y organizar a los ciudadanos que tengan posiciones e ideas en común sobre cómo abordar su cotidianidad y su futuro, para que ellos entreguen ese mandato a un representante que vaya a dar la cara por ellos en eventos comiciales.
Eso es exactamente lo contrario de lo que está sucediendo en este momento.
Creemos que la solución a cualquier conflicto interno en una tolda partidista –si es que lo hubiera– sería justamente mayor democracia. Es a la militancia a quien toca refrendar o remover a la directiva de sus partidos. Esa es su razón de ser.
Comiéndose la flecha en este camino, no podemos luego condenar a la abstención en caso de llamarse a una cita en las urnas comiciales. Nadie que no se sienta representado va a acudir a rubricar con su voto un proceso que le luzca vacío de significado.
No por nada el político español Enrique Múgica Herzog dijo que “La democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos”.
Es la ciudadanía la que legitima. Su desmovilización horada los cimientos del país. Una vez más, no estamos optimistas con lo que se nos avecina en lo inmediato. Pero también creemos que los hechos, de un modo u otro, deben devolver a su cauce el poder de la gente.
David Uzcátegui.