La celebración de la llegada de buques tanqueros desde Irán con cargamentos de gasolina para abastecer el mercado interno de combustible venezolano, ha sido sin duda el eje noticioso de esta semana. Y no es para menos, por las complejas implicaciones y variadas lecturas que tiene.
La primera es la de la tolda roja: desde su acera se percibe como un triunfo la llegada de las naves, simplemente porque se soluciona un problema. Convenientemente, utilizan la ceguera selectiva para ignorar que, en primer lugar, se trata de un paño caliente que nuestros abuelos podrían traducir como “pan para hoy y hambre para mañana”.
En segundo lugar, se finge demencia ante la pregunta que todos nos hacemos: ¿por qué llegamos hasta esto? ¿Quiénes son los responsables de la sequía de combustible que tiene contra las cuerdas al país que llegó a ser uno de los mayores productores y exportadores del mundo? Por supuesto, es una pregunta que no se responde. Entre otras razones, porque todos conocemos la respuesta y sería llover sobre mojado.
Sin embargo, hay otra lectura, obviamente mucho más clara; pero que por ello no deja de ser “alegría de tísico”, para seguir con los dichos de los abuelos: por fin, mediante estos hechos, se admite la grave y estructural falla en la producción y distribución de combustible en nuestro país; así como la imposibilidad de subsanarla en el corto y mediano plazo.
La pregunta subyacente es: ¿por cuántos días aliviará este pañito caliente la enorme sed de gasolina de nuestro país? ¿Llegará de verdad a todos los necesitados de ella? ¿Cuál es el criterio para distribuirla? ¿Hay la capacidad de hacerlo, tras el daño que se ha provocado a toda la industria, incluidos los expendios finales?
Si recorremos la tortuosa historia de nuestra industria petrolera en estas últimas dos décadas, encontraremos que se despidió de sus puestos a personal altamente calificado y se sustituyeron por otros, políticamente leales, quienes no tenían ni idea sobre el manejo del negocio.
Da vergüenza que Venezuela presuma sobre sus enormes reservas de petróleo, cuando evidentemente no es ya capaz de extraerlas ni mucho menos de procesarlas. Y el ensordecedor contraste entre nuestras potencialidades y la realidad que nos agobia hoy, es la medida para comprender las dimensiones del error histórico que hoy atravesamos.
Otra más entre el rosario de reflexiones que nos dejan estos hechos, es sin duda el asunto del precio. Aquel estribillo de que teníamos la gasolina más barata del mundo, ahora parece un espejismo. Este combustible viene de muy lejos y requirió de una logística bastante complicada para llegar hasta aquí, incluyendo varios días de navegación por los mares de medio planeta. Ciertamente, eso tiene un costo y no es poco. A lo cual se agrega sin duda el hecho de que fue para paliar una emergencia y eso siempre sube los precios. ¿A cuánto lo vamos a pagar? ¿A cuánto lo estaríamos pagando si fuera producido aquí?
Uno de los tantos errores insistentemente arrastrados a lo largo de estos años fue la terca resolución de –literalmente– regalar la gasolina en nuestro mercado interno. Aunque muchos países productores y exportadores de petróleo pagan sus combustibles de consumo local a precios internacionales, quizá lo sensato hubiera sido llegar en Venezuela a una solución intermedia: permitir algún beneficio al alcance del consumidor; pero a la vez cancelar un precio que al menos contribuyera con los costos de producción. En todo caso ya es bastante tarde para estas reflexiones. El daño se hizo hace mucho rato.
Llama también la atención que los barcos vengan desde tan lejos. Lo podemos interpretar como una pérdida de alianzas de la autodenominada revolución. Al parecer, nadie en el hemisferio occidental está dispuesto a correr el riesgo de asomarse a la turbulenta situación venezolana. Los aliados de la región acompañan a este proyecto político hasta el borde del precipicio, pero no se lanzan con él.
Lo mismo aplica para los aliados que se consideraban incondicionales: China y Rusia. Ambos inmersos en sus propios problemas, han dejado de sonar mientras Venezuela se hunde más en el pantano. Parecen no estar dispuestos a atender a un socio problemático en momentos cuando la pandemia del COVID-19 tiene a todos mirando fronteras adentro. Y parecen también no tener tanta musculatura como se presumía.
Tristemente, otra de las conclusiones es que se ha renunciado definitivamente al apoyo del mundo occidental, democrático y productivo; para sustituir a nuestros aliados naturales con naciones lejanas geográfica y culturalmente, que además están inmersas en conflictos internos y externos.
Nada de esto parece estar enfocado a la solución de nuestros problemas, a velar por los intereses de la ciudadanía o de la nación.
David Uzcátegui.